DÍA 9. SAFARI EN EL CRÁTER DE NGORONGORO – LAGO MANYARA

 

El safari en el cráter de Ngorongoro era uno de los momentos más esperados del viaje, por supuesto para mí incluido. Aunque el término apropiado para definir la mayoría de “cráteres” en el área de conservación es el de “calderas”, incluido el Ngorongoro, generalmente se les denomina “cráter”.

 

Cráter Ngorongoro, Tanzania

 

Nos levantábamos de madrugada con un frío intenso, algunos clientes desayunaban escondidos entre mantas maasai y deseando que el sol comenzara a calentar sus cuerpos. Por las noches dormíamos con bolsas de agua caliente, un detalle que prefería no desvelar para que fuera más emocionante. Al poco de retirarnos a nuestras tiendas, oía una ola de exclamaciones de gozo y, salvo que se tratara de una orgía, todo apuntaba a que era el momento en el cual la sorpresa se descubría. Una mañana le pregunté al argentino Horacio, el mismo que hacía unos días se había quejado de no haber visto “ni un puto gato” durante el safari en globo, qué le había parecido la sorpresa. Me miró desencajado, “la bolsa estaba rota, el agua se salió y me mojó la cama”. En lugar de avisar sobre lo sucedido, intentó solucionarlo dando la vuelta al colchón, pero la ropa de cama estaba mojada. Tras un riguroso minuto de empatía como procede en estos sucesos, acabamos riéndonos de la mala suerte de Horacio por no ver “ni un puto gato” y por tener una “puta bolsa de agua caliente rota”. Él, que actualmente reside en Galicia, imagino que prescindirá de utilizar bolsas de agua caliente aún con los termómetros bajo cero.

Ngorongoro es la onomatopeya del ruido que hacen los cencerros del ganado: “goron, goron, goron”, aunque de acuerdo a otras fuentes significa “lugar frío” en maa. El paisaje se formó millones de años atrás a raíz de una serie de cataclismos volcánicos que fueron contemplados, seguramente con poco agrado, por nuestros antepasados homínidos (las huellas halladas en Laetoli tienen más de 3.5 millones de años). El Ngorongoro era un volcán cuya altitud se calcula que fuera similar o incluso superior a la del Kilimanjaro (casi 5.900 metros), el monte más alto de África, pero hace unos dos millones de años colapsó y dejó este cráter con una altitud máxima de 2.500 metros más o menos, y caracterizado por 600 metros de profundidad, 20 km de diámetro y 320 km2 de extensión. Se calcula que poco después del espectáculo pirotécnico se mudaron los animales a vivir permanentemente en este vergel, sin necesidad de migrar por la abundante y permanente cantidad de comida y agua.

 

 

La niebla se aferraba a las paredes del cráter al inicio de la mañana, pero su interior solía estar despejado y a medida que el sol se hacía dueño del entorno las nubes comenzaban a retirarse. Recuerdo nítidamente la primera vez que visité este lugar. Fue en mi ruta de formación con Ainhoa. Yo iba en uno de los todoterreno en descenso hacia el cráter y a mi izquierda, una imagen de “Dios te ama” consiguió emocionarme: los rayos de sol entre las nubes dirigidos en armonía hacia el cráter parecían pintados por un artista del renacimiento, con el pincel a la espera de dibujar en cualquier momento a Dios como colofón. Lo único que nos faltó fue un coro de ángeles, aunque mejor así porque me habría llevado un buen susto.

 

Cráter Ngorongoro, Tanzania

 

La última ruta de la temporada fue una excepción porque la niebla era densa y se empeñó en perseguirnos obstinadamente dentro del cráter. En mi caso, que ya había estado varias veces, disfruté de esa niebla envolvente que dejaba traslucir manadas de herbívoros pastando de manera impertérrita a pesar de no verse un carajo. El grupo era quien me preocupaba, porque solo estaba despejado en un radio de dos metros. Por suerte, al rato empezó a levantarse y todos pudimos contemplar la magnificencia de este lugar: el bosque de Lerai, las aguas saladas del lago Makat o Magadi (“salado”, “alcalino” en maa y suajili respectivamente), el río Munge, los humedales de Mandusi y Gorigor o las aguas de Ngoitkoitok, lugares cuyos nombres me hicieron albergar la esperanza de encontrarme en cualquier momento a Gollum acariciando su preciado anillo.

 

Cráter Ngorongoro, Tanzania

 

Cráter Ngorongoro, Tanzania

 

Este safari era nuestro último intento del viaje por ver un rinoceronte de labio ganchudo. El número de residentes ronda la triste veintena, cuando hace frío se resguardan y es más difícil verlos hasta que las temperaturas suben. Aún así, el par de veces que avistamos un rino en el cráter era un punto negro con un cuerno incluso con ayuda de prismáticos, por lo que entre eso y no verlo… La diferencia era mínima. En ambos momentos se encontraba en la planicie del cráter, algo que me resultó extraño porque esta especie ramonea, de ahí la forma del labio para cortar las ramas de los árboles. Sin embargo, el animal se ha adaptado a la escasez de bosque circundante y por eso no era raro verlo en las llanuras en lugar del bosque de Lerai.

En 1962, la población de leones se redujo drásticamente a tan solo ocho individuos. Esta vez fue la mosca tse-tse y no la caza la que provocó el estrepitoso descenso. Actualmente el número se ha recuperado a unos setenta aproximadamente y los científicos creen que todos ellos son descendientes de aquellos supervivientes. Rara vez entran y salen del cráter, aunque un par de veces les vi bajando las paredes del cráter mientras descendíamos.

 

Cráter Ngorongoro, Tanzania

 

Otros animales son más difíciles de ver, como el guepardo, el cual puede ausentarse durante años. Topis, impalas o jirafas definitivamente no hay. En algunos safaris se avista muy poca fauna y algunos clientes quedaban decepcionados, ya que esperaban ver una concentración de animales en el cráter similar a la de japoneses en Tokio. Por eso es conveniente bajar las expectativas y sobre todo, no olvidar que el cráter de Ngoronogoro es un paisaje que habla por sí mismo.

Sin embargo, este paisaje no estuvo siempre monopolizado por los animales. El cráter y sus inmediaciones estaban también dominados por la etnia de los iraqw, desplazados más tarde por los datoga y éstos a su vez, por los maasai. Desde mediados del siglo XIX la etnia nilótica ha prevalecido en el área sobre el resto. Un centenar de familias vivían dentro del cráter y cultivaban maíz y tabaco, hasta que en 1954 el gobierno prohibió el uso agrícola de estas tierras. De todas formas, los maasai habitaron aquí hasta su reubicación en los setenta del siglo pasado. Actualmente el cráter es morada únicamente de animales, aunque cada mañana algunos maasai descienden su ganado con un permiso especial.

 

Cráter Ngorongoro, Tanzania

 

Entre sus habitantes también estuvieron una pareja alemana de hermanos, quienes a finales del siglo XIX construyeron un par de granjas con miles de cabezas de ganado; también tenían ponis. Tras la I guerra mundial la corona británica arrebató a los alemanes Tanganika, como se conocía antes Tanzania, y en seguida organizaron safaris de caza en este vergel hasta su prohibición unas décadas después. Hoy en día cuesta pensar que en este medio protegido hubiese una granja con ponis, pero todavía se conservan sus ruinas cerca del río Munge.

Al final de la temporada observé la existencia de vastas extensiones de terreno quemado, algo que ya había visto en el Serengeti. Estos incendios son quemas “supuestamente controladas” por las autoridades de los parques nacionales de Tanzania (TANAPA) para regenerar la tierra, ayudar a que crezcan los nuevos brotes y evitar de esta forma que el bosque gane terreno a la sabana; y subrayo “supuestamente controladas” porque su único cortafuegos son las pistas, siempre con hierba susceptible de arder y propagar el fuego. En el parque nacional de Tarangire, al sureste del lago Manyara, no se realizan fuegos controlados desde hace tres décadas y no ha habido por ello un incremento de las zonas boscosas.

 

Cráter Ngorongoro, Tanzania

 

Lejos de ser una especialista en la materia, no me convence la intervención en unas tierras fértiles que siempre se han regenerado por sí mismas. Además, la imagen era desoladora y a veces incluso atravesé llanuras todavía con llamas; una vez sofocado el fuego, enormes manchas negras empañaban el paisaje hasta que empezaba de nuevo a crecer el pasto. A esto se añade la fauna que se puede ver afectada durante el incendio: nidos de aves, pequeños mamíferos, reptiles… Por si esto fuera poco, esta práctica supone acabar con las plantas leñosas preferidas por los rinocerontes, animal en peligro de extinción. Los locales también me explicaron la oportunidad que encuentran los furtivos para dar caza a sus presas, aprovechando la concentración del personal en controlar los fuegos. Y quizás lo más importante, se desconocen las consecuencias futuras de alterar un ecosistema.

Finalizado nuestro último safari ascendíamos por la pista de Lerai, despidiendo a un lado de nosotros una impactante panorámica del cráter para luego atravesar un espectacular bosque de tierra roja volcánica.

 

Cráter Ngorongoro, Tanzania

 

Después de visitar unas tiendas de artesanía y pintura locales en el pueblo de Mto Wa Mbu, continuábamos hacia el parque nacional del lago Manyara, lugar que nos acogería en nuestra última noche de ruta. De camino veíamos un árbol por el que siento debilidad: el baobab, concretamente la especie adansonia digitata. Llegados a nuestro destino, teníamos el tiempo justo para ducharnos y volver al pueblo de Mto Wa Mbu para una cena tradicional propia de África oriental en la casa de una familia, cuyo viaje suponía un despliegue de medios de transporte: camión, tuk-tuk y por último, a pie.

La cena consistía en verduras y carnes, un arroz cocido con especias acompañado de carne o pescado (pilau), pan de chapati y el ugali, una masa de harina de maíz, yuca o ambas que se come con los dedos de la mano y que sustituye a nuestro pan mediterráneo. Confieso que solía atiborrarme de pan chapati con verduras, abandonándome con cierta parsimonia a la degustación del menú por tratarse del ocaso de la ruta. Probé una cerveza local fabricada con plátano fermentado, pero mi escaso entusiasmo me hizo decantarme por cervezas más comerciales en las siguientes ocasiones.

En el trayecto de vuelta, ya de noche, Mto Wa Mbu se convertía en la Ibiza del norte de Tanzania. Daba igual el día de la semana, la música africana a todo volumen salía de bares con luces de neón y terrazas con gente despreocupada por tener que madrugar al día siguiente. Siempre me quedaba con las ganas de bajarme y unirme a la fiesta, pero no tenía claro la logística. En mi última ruta, agotada de toda la temporada como guía en África, pero eufórica por la experiencia que supuso y, seamos sinceros, porque en unas horas terminaba de trabajar y podría descansar sin descanso, me animé a tomarnos algo el grupo, los chicos del equipo, algún colega local más y yo. Veinte mzungus elegimos un bar cualquiera, donde pedimos unas copas y bailamos hasta que ya no pudimos más. Cuando nos despedíamos con una conga conmigo a la cabeza a alguien del grupo se le ocurrió exclamar “¡pero si tenemos que pagar!”; con tanta excitación se me había olvidado por completo, así que reculamos un poco, deshicimos nuestra interminable conga y saldamos cuentas para evitar malos entendidos. Con este grupo me reí mucho, a ellos me presenté muy profesionalmente el primer día de ruta pertrechada con gafas de una única patilla a modo de elegante par de impertinentes, aquellas gafas “unipatilla” para el teatro, pero mucho más cutres porque a parte de no ser gafas para el teatro, tenían la patilla rota y estaban destrozadas de haberlo dado todo a lo largo de la temporada. En alguna ruta había conseguido salvar la estética sujetando la patilla coja con un imperdible, pero con el último grupo me fue imposible arreglarlas y mucho menos, tener tiempo para comprar otras.

 

Diario ilustrado Kenia y Tanzania

 

 

Cuando volvíamos al lodge era ya de noche, y en algunas ocasiones nos paraba la policía con la excusa de que los blancos (mzungus) no podíamos circular a estas horas, algo que conductor y autoridades solían solucionar a micrófono cerrado. Una vez un compañero del equipo, el cocinero, me pidió que bajara del camión y le acompañara a hablar con el policía. Bajé, nos acercamos a la autoridad y me preguntó si sabía “la norma”; le miré y respondí con una negativa; me miró, se calló y me invitó a seguir nuestro camino. En ese momento di media vuelta, el cocinero y yo nos miramos con una sonrisa cómplice y continuamos el trayecto. Hubo suerte.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *