DÍA 2: LAGO NAIVASHA, MAASAI MARA
La segunda mañana del viaje costaba despedirse de la cama, luego el cuerpo se iba acostumbrando a levantarse antes del amanecer, como si fuéramos nosotros los encargados de encender todas las mañanas el cielo; pero esta es una ruta de safaris, y los momentos de mayor actividad animal es al amanecer y al atardecer, y cuando cae el sol está prohibido circular por los parques y reservas, así que el resultado de la ecuación es: madrugón.
El día comenzaba con un paseo en barca por el lago Naivasha de 1 hora aproximadamente. Naivasha deriva de la palabra maasai nai´posha, que significa “aguas agitadas” en alusión a los fuertes vientos que en ocasiones producen olas en el lago. A pesar del nombre, yo no viví nai´posha alguna y más bien se trató de un lago de “aguas mansas”, que ignoro por completo cómo expresar en maasai. Tiene una superficie de 140 km2 y está bordeado al norte por el monte Eburu, al sur por el monte Longonot, al oeste por los acantilados de Mau y al este, por la cordillera de los Aberdares. El agua del lago se alimenta fundamentalmente de dos ríos y tiene una profundidad media de 6 metros. No obstante, el nivel del agua ha disminuido en los últimos quince años debido al bombeo ilegal para el riego de los cultivos locales, fundamentalmente de las flores. De hecho, la venta de flores es la segunda fuente de ingresos de Kenia, el cuarto país exportador de este producto del mundo, principalmente rosas. El 70% de la producción de flores del país se concentra en Naivasha, por eso hay tantos invernaderos de camino al parque. En la UE, casi el 40% de las flores vendidas proceden del país keniano, el cual también comercia con EEUU, Rusia y Japón. Es más, el aeropuerto de Nairobi tiene una terminal de uso exclusivo para el transporte de flores y hortalizas, una mercancía por la cual reconozco sentir cierta envidia, ya que seguro reciben un trato más considerado que el equipaje de un pasajero.
Los paseos en barca están a cargo del mítico “The Beast”, un tipo de perenne ritmo afro en su cuerpo con el que me saludaba todas las mañanas del segundo día de ruta como si fuéramos el príncipe de Bel Air y su colega Jazz (no sabría decir con exactitud quién sería quién). “The Beast” nos daba los chalecos y nos asignaba unas barcas para siete personas pilotadas por alguno de sus chicos, todos ellos muy simpáticos. Durante el recorrido solíamos ver bastantes especies de aves diferentes, un lugar de anidación de cormoranes, antiguas casas de colonos europeos y una familia de hipopótamos o hippo pool que, a pesar del nombre, es mejor no bañarse.
Los hipopótamos del lago están acostumbrados a los ruidos del motor de las lanchas y los chicos saben por dónde moverse sin molestarles, por lo que no hay nada que temer siempre y cuando no pretendas fotografiar los poros del animal a diez centímetros de distancia. Parece obvio, pero cuando lees un titular que dicta “hipopótamo ataca y mata a un turista”, te preguntas si realmente el ser humano es un ser inteligente. El hipopótamo es el segundo animal que más muertes provoca en África y cuyos colmillos alcanzan hasta los 50 centímetros de tamaño, información que en un principio debería ser suficiente para mantenerte a una distancia prudencial. Y aunque estos datos se desconozcan, es un animal salvaje de tamaño descomunal y ya solo eso debería alertar a nuestro instinto; pues aún así, en agosto de 2018 un taiwanés murió en Naivasha mordido por un hipopótamo. Sus compañeros de viaje señalaron que se había acercado demasiado con la cámara de fotos, quizás para fotografiar el esófago.
El problema es que este comportamiento no es un hecho aislado: en el mismo año una familia francesa de visita por un safari park holandés consideró oportuno y lógico bajarse del coche con su hijo para hacerse fotos de cerca con una manada de guepardos; lo increíble no fue que bajaran del coche, si no que bajaran del coche en dos ocasiones, y con el niño. La segunda vez los guepardos reaccionaron con curiosidad y se acercaron a la familia, momento en el cual el riego debió volver al cerebro de los padres, quienes dieron media vuelta (con el niño) y se metieron de nuevo en el coche, en esta ocasión para no volver a salir más.
Cuando los clientes preguntaban casos hipotéticos del tipo: ¿y si se acerca un animal, qué hacemos? ¿Y si se mete dentro del camión? ¿Y si …? El temor es comprensible, los safaris se hacen en entornos con animales salvajes, por eso es importante ser prudente, pues el sentido común probablemente no sea tan común como debiera. Puede compararse con un deporte de riesgo, donde hay un riesgo a tener en cuenta, el cual no hace falta poner a prueba. En el caso de los safaris, si sigues las normas del parque y, en caso de ir con guía, sus indicaciones, en lugar de deambular por cualquier lugar y obsesionarte con hacer la mejor foto para Instagram, no tienes porqué tener problema. Imagina, por ejemplo, el comportamiento de un gato doméstico: hay algunos que pueden darte un zarpazo y hacerte daño, pero cuando el lindo gatito es un felino de 200 kg movido más por la curiosidad que por la apetencia de carne humana, las garras no solo te pueden hacer daño y corres el innecesario riesgo de pasar a formar parte de los titulares. Por eso es importante respetar el espacio vital de la fauna y no hacer temeridades. Además, si observas atentamente el comportamiento animal, te darás cuenta de que en la mayoría de las ocasiones los animales solo quieren estar a su aire y están más asustados que tú cuando se ven rodeados de turistas.
Terminado el paseo en barca reanudábamos el viaje en carretera hasta las tierras Maasai Mara, en la frontera con Tanzania. A lo largo del recorrido catábamos la pista de nivel 2, donde se veían pocos animales pero sí teníamos la oportunidad de contar con la presencia de un gigante asiático: Wu Yi, que no es el nuevo personaje de Pixar, si no la empresa con mayor inversión en obras públicas y privadas de las ocho compañías chinas que operan en Kenia. China desbancó hace diez años a los Estados Unidos como principal socio comercial de África, del cual el país asiático obtiene recursos naturales y prueba su nueva tecnología en la construcción de infraestructuras. En el caso de Kenia, las obras son del tamaño del gigante asiático: colosales bloques de hormigón sin respeto alguno por el medio ambiente y por mi retina, atacada por una mole gris en medio de un entorno natural.
El campamento donde dormíamos esta noche y la siguiente estaba a las puertas de la reserva Maasai Mara y el alojamiento era en tented camps, imitación de las antiguas tiendas utilizadas por los exploradores del siglo XIX. El personal del campamento nos recibía con el “Jambo Bwana” a todo pulmón, una canción keniana de los años ochenta que da la bienvenida al extranjero a tierras africanas y donde la filosofía es hakuna matata o “ningún problema”. Cuando el personal empezaba a entrar en bucle con la canción cogiendo uno por uno (y en varias ocasiones) a los clientes, comenzaba a escaparme como medida de presión, pero siempre con discreción y sin dejar de bailar. A continuación, el manager explicaba las características del campamento y unas pautas a seguir y aquí nuevamente, volvíamos a entrar en bucle con una charla que parecía interminable y recordaba al ameno discurso de nuestro rey por Navidad. De hecho, más de un cliente no me negaría que se durmió con los ojos abiertos (ante el manager, no el rey). Yo me encargaba de traducir del inglés al castellano, así que no tenía posibilidad alguna de escapatoria, ni de dormirme con los ojos abiertos.
Repartidas las habitaciones y ya cenados, dormíamos con el sonido del río Talek de fondo y nuestros vecinos los hipopótamos, y con una embriagadora emoción en los cuerpos porque al día siguiente tocaba nuestro primer safari por la reserva nacional de Maasai Mara.