DÍA 7. SAFARI EN PARQUE NACIONAL DE SERENGETI

 

La mejor época para visitar el parque nacional de Serengeti depende de los intereses de cada uno. Entre diciembre y marzo es más recomendable el sur del parque, sobre todo durante el primer trimestre del año, cuando tienen lugar la mayor parte de nacimientos de ñus y cebras en los alrededores del lago Ndutu. Esta temporada se caracteriza por las lluvias cortas (vuli), hay menos turistas y los safaris son más relajados y auténticos. La época seca, de junio a octubre, es más apropiada para avistar felinos, aunque no olvides que es temporada alta. En los meses de junio y julio hay más probabilidades de ver manadas de ñus y cebras en el oeste del parque (Western Corridor), mientras que entre agosto y octubre es recomendable visitar la zona norte del Serengeti (Northern Serengeti) por si se tiene la oportunidad de ver el cruce del río Mara desde el lado de Tanzania. La mayoría de safaris también se concentran en las inmediaciones del río Seronera, donde hay charcas de agua permanentes que en época seca concentran jirafas, elefantes, gacelas, antílopes, hipopótamos y cocodrilos, con depredadores merodeando en busca de carne fresca.

 

 

En mi trabajo como guía comprobé que los leones son la estrella mediática de la sábana, ya que causan una auténtica fascinación entre el público. De hecho, estoy segura de que más de un turista les habría pedido hacerse un selfie y un autógrafo. En mi caso, aunque el león macho no me cae muy simpático, reconozco que tiene un porte majestuoso que impone. A pesar del imaginario colectivo, el león es un fiasco como cazador, con un porcentaje de éxito en la caza que ronda el 25%. Su tamaño y el calor transmitido por esa envidiable melena complican la labor de caza, tarea reservada a las hembras durante las horas más frescas del día, como tuvimos ocasión de constatar en una de las mañanas en el parque.

A una distancia demasiado larga para mis ojos miopes había varios puntos en movimiento. Primero pensé que eran herbívoros corriendo pero, a medida que la escena se acercaba, comprobé que algo huía de algo. Era una escena de caza en la que nueve puntos se abalanzaron sobre otro punto indefenso. Más cerca aún, identificamos a los protagonistas como una leona con ocho cachorros devorando con ferocidad un facóquero. La imagen fue de gran fiereza, los cachorros se peleaban violentamente por hincar el diente en el todavía moribundo animal hasta que la leona, harta de no acceder a la fuente de alimento, se impuso con sus garras sobre algunos cachorros. Nueve mandíbulas famélicas devoraron un solo facóquero durante más de una hora, y tuvimos el auténtico privilegio de observar atentamente sin ningún otro turismo al lado. Era la naturaleza en su estado más salvaje.

 

Leona en Serengeti, Tanzania

 

Leona en Serengeti, Tanzania

 

Sin embargo, el león macho acapara más cámaras que sus compañeras y en la sabana, nadie se atreve con él. Nadie… salvo un mamífero de limitadas dimensiones: el chacal. Este aguerrido animal similar al zorro y por el que siento un profundo respeto y admiración me incitaba a la risa cada vez que entraba en escena. De hecho, creo firmemente que los libros especializados deberían incluir en su descripción del chacal la de “ladrón profesional” a parte de cazador: recuerdo a aquel par de leones macho dándose un festín de búfalo que custodiaban la presa mediante rugidos frente a todo bicho viviente que osara robarle. En un momento en el que el más glotón de los leones se quedó chuperreteando huesos apareció una banda de tres chacales con ganas de jugarse sus vidas. Uno de ellos se acercó dando saltitos y jugando al despiste, trató de darle una dentellada a los restos de búfalo. El león, glotón pero no estúpido, le enseñó su intimidante dentadura e hizo ademán de acercarse. El pequeño carnívoro reculó y volvió junto a sus compinches, pero el hambre y temeridad pudieron con él porque, tras una pequeña tregua, volvió a la carga con sus saltitos. Fue directo a la carne del bóvido, robó con la precisión de un elegante ladrón de guante blanco y cuando el león se percató, el chacal huía con el resto de la pandilla a repartirse el botín.

 

Chacal, búfalo y león en Serengeti, Tanzania

 

No fue la única vez que pillé a un chacal en pleno robo. En otra ocasión, la historia comenzó con un guepardo solitario devorando una gacela. A su alrededor distintas especies de buitre comenzaron a posarse en las acacias con la vista fija en el herbívoro sin vida y la esperanza de que el felino se saciara pronto y abandonara los restos de la presa. El panorama prometía ofrecernos una auténtica cadena trófica de carnívoros y carroñeros. Mientras todos contemplábamos atónitos el documental desde el camión el oportuno de Lorenzo, uno de los clientes, me confesó en susurros su imperiosa necesidad de ir al baño. Le rogué casi sin mirarle esperar unos minutos, pero era una cuestión de causa mayor porque su esfínter no aguantaría mucho. Acabábamos de hacer una parada en un área de servicio, pero su pudor le había impedido evacuar en ese momento. Casi le mato y le hago formar parte de la cadena trófica, pero preferí esperar hasta que el esfínter estuviera al borde de la desesperación.

 

Guepardo en Serengeti, Tanzania

 

Mientras tanto, el guepardo levantó la cabeza con un hocico manchado de sangre y, tras haber mirado de un lado a otro, se incorporó sobre sus patas para alejarse elegantemente de allí. Los buitres comprendieron y empezaron a bajar desde sus respectivas atalayas pero, antes de probar bocado, hicieron empalizada presuntamente para amedrentar al guepardo en caso de que diese media vuelta. Cuando los carroñeros se sintieron seguros, uno de ellos se acercó al cadáver y tras dar su primer picotazo, les siguió el resto. De repente y a lo lejos, apareció mi amigo: el chacal. Entonces supe que los buitres, aunque con una abrumadora ventaja numérica, tenían la batalla perdida. Un ejemplar de chacal de lomo negro se aproximó dando saltitos al banquete sin ser invitado y, a pesar de que los buitres adelantaron sus cuellos para achantar tímidamente al chacal con sus picos, en seguida levantaron el vuelo para dejar paso al ladrón de guante blanco, el cual afanó una vez más una presa y se alejó dando botes con la gacela en sus fauces. En ese momento los buitres, contra lo que se puede llegar a pensar, me inspiraron cierta lástima; el chacal había puesto claramente en entredicho esa valiente estrategia de los carroñeros cuando hicieron frente común contra el guepardo tan solo un rato antes… En serio, ¿en qué estarían pensando?

 

 

Estos acontecimientos me hicieron olvidar el esfínter de Lorenzo, quien nada más delinquir el chacal me estrujó el brazo izquierdo en señal de alarma. Aunque quedaban algunos restos de gacela a la espera de ser consumidos por buitres y mantenía la esperanza de que apareciesen unas hienas, alcé la voz y comuniqué al grupo nuestra inminente marcha por un caso de extrema necesidad. Entre risas y aplausos, nos fuimos para que el oportuno de Lorenzo hiciera lo propio y a mi me dejara una de las anécdotas más jocosas de la temporada.

Fueron los encantadores Pep y Silvia los que me regalaron probablemente la escena más excitante del verano, y me alegro de que precisamente fuera en su compañía dadas las circunstancias. Pep había recaído de una infección urinaria mal curada y había que organizar su evacuación, pero antes necesitaba un informe médico. Desde el campamento fuimos en una furgoneta 4×4 acompañados por varios compañeros de trabajo a la consulta de un doctor situada en un lodge de lujo. Una vez confirmado el diagnóstico nos dispusimos a volver al campamento en la furgoneta. En los parques está prohibido circular por las noches salvo causa mayor, como era nuestro caso. Cuando salimos del médico, el sol ya había caído, por lo que técnicamente puedo afirmar haber hecho una vez en mi vida un safari nocturno clandestino (por causa mayor). Sin embargo, estaba más centrada en gestionar la evacuación escribiendo a varios contactos a través del móvil que del oscuro entorno, por eso levanté la vista extrañada cuando paró el vehículo en seco mientras piloto y acompañante gritaban exaltados. Y no era para menos. Delante de nosotros teníamos un bellísimo rinoceronte de labio ganchudo, ese animal en peligro de extinción que a lo largo del ecosistema Serengeti – Mara solo se ve en contadas ocasiones en Maasai Mara, el cráter de Ngorongoro y de manera extraordinaria, en el Serengeti. Menos de cincuenta ejemplares en una extensión de más de 14.500 km2 y nosotros nos cruzamos en ese preciso instante con uno de ellos. Al fondo, un incendio controlado por el personal del parque para regenerar la tierra proporcionaba a la escena cierto dramatismo en medio de la noche. El animal se dio la vuelta alertado por nuestra presencia, nos miró de frente con su cuerno en alto y sin moverse para asegurarse de que no éramos una amenaza. Apagamos las luces del coche para evitar deslumbrarle y el rinoceronte siguió su camino.

Dentro del 4×4 todos estábamos impresionados, yo me puse a abrazar compulsivamente a Silvia y a repetir sin descanso “qué fuerte”, “qué fuerte”, “qué fuerte”; tantas veces debí repetirlo que Haji, conductor del camión con el que viajábamos durante la ruta y amigo mío, me imitó con un “qué fuerte”, “qué fuerte” de acento suajili. Llamé a Pau, mi coordinador, el cual en seguida me preguntó cómo iba la evacuación pero yo, emocionada, dejé a un lado el “caso Pep” para priorizar la súper anécdota del rino. Al principio le costó entenderme porque hablaba a trompicones, pero en cuanto me recompuse compartió nuestra alegría. Dudo que muchos guías hayan tenido una evacuación semejante.

En un safari sueles tener la ilusión de ver cuántas más especies de animales, mejor. Sin embargo y, desde mi punto de vista, lo que da calidad a un safari de varios días es tener la suerte de contemplar el comportamiento animal y ver escenas que te acompañarán a lo largo de toda tu vida. Por supuesto es algo fortuito que nadie te puede garantizar, aunque sí es cierto que al final con cada ruta me llevé una imagen para el recuerdo que se convertía en mi souvenir de estos países, y así les pasó también a los clientes. No obstante siempre hay ambiciosos como el joven Salvador, aquél que vio atardeceres de “Dios te ama” y que, cansado de haber visto varias escenas de animales, subió la apuesta y pidió ver en un kopje a Mufasa levantando en sus brazos a un recién nacido Simba, gesto que por cierto Michael Jackson imitaría casi una década después en el balcón del hotel Adlon de Berlín.

 

Leones en Serengeti, Tanzania

 

León en Serengeti, Tanzania

 

Por las noches solíamos tomarnos algo en el campamento y yo siempre trataba de coincidir con Jackson, un joven tanzano que trabajaba allí. Alegre, despierto y de naturaleza curiosa, aprendía rápidamente español únicamente a través del contacto con los turistas. Alucinó cuando bailamos el noble Paquito el Chocolatero cantada por el todavía más noble King Africa, temazo que recomiendo encarecidamente como clásico levanta fiestas, aunque la pobreza de sus letras no ayudan precisamente a aprender la lengua de Cervantes. Me habría gustado saber qué pasaba por su cabeza cada vez que nos inclinábamos hacia adelante al grito de “hey!”, “hey!”.

 

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