DÍA 1. LLEGADA AL AEROPUERTO DE NAIROBI, LAGO NAIVASHA

 

Los primeros días del viaje los pasábamos en Kenia, un país cuyos datos geográficos son similares a los de España: Kenia cuenta con una extensión de 580.000 km2 y 48 millones de habitantes, mientras que España tiene medio millón y 49 millones respectivamente. El nombre del país se debe al monte Kenia, “montaña de la brillantez o del resplandor”, y segundo pico más alto de África con casi 5.200 metros de altitud. En suajili, el idioma oficial junto con el inglés, “Kenya” se pronuncia como “Keña”, pero nosotros seguramente digamos “Kenia” por la influencia inglesa. Es más, la enciclopedia Espasa incluyó en la década de los sesenta la voz “Keña” en lugar de “Kenia”, pero la idea parece ser que no tuvo mucho éxito.

El vuelo se hacía al aeropuerto internacional Jomo Kenyatta de Nairobi, capital de Kenia, y la llegada era por la mañana para aprovechar el día. El tiempo invertido con los trámites en inmigración era de duración imprevisible y estaba fuera de toda lógica, o ni los clientes ni yo supimos entender el procedimiento. El visado costaba 50$ y tenía una validez de tres meses, podías pagarlo al llegar o vía online (eVISA). Hasta aquí, todo claro. Cuando llegabas al control de inmigración era cuando la claridad se disipaba: aquí había formularios a rellenar para quienes no tenían eVISA, los que sí tenían supuestamente pasaban directamente por el mostrador de eVISA, y “supuestamente” porque dependiendo del funcionario te podían dirigir a una fila de eVISA aunque dejases claro que no tenías (como fue mi caso), o viceversa. Además, si la fila se para sin motivo aparente, no intentes entenderlo y centra tu mente en el viaje tan espectacular que te espera por delante, una filosofía práctica sobre todo en países con un funcionamiento tan diferente al nuestro.

 

Visado Kenia

 

Una vez pasado el trámite y con tu maleta abrazada con cariño porque cuando viajas y facturas nunca sabes si la vas a volver a ver, yo estaba esperando a los clientes a la salida de la terminal. Este momento podía ser bastante cómico, porque tenía un listado con nombres, pero obviamente no conocía a ninguno. Por lo tanto, decidí establecer un patrón de búsqueda de cliente español basado en ciertos rasgos físicos que solía dar buenos resultados, salvo en las ocasiones en que abordabas a un español que tenía contratado el viaje con otra empresa o, mejor aún, se trataba de un alemán moreno de ojos oscuros.

Recuerdo la ruta con un grupo de 19 personas y un guía, Sergi, que haría la ruta conmigo porque tenía que formarle. Los clientes fueron saliendo a goteo, como era costumbre, y yo les iba apuntando en el listado para una vez contabilizado el rebaño, irnos hacia el camión. Pues bien, hice lo oportuno y cuando creí que estaban todos, les avisé de que nos podíamos ir. De camino al camión conté otra vez para asegurarme: me faltaban dos; volví a contar, y me seguían faltando dos. Miré a Sergi y me dijo lo mismo, que él había contado 17. Genial por mí y mi listado, me había equivocado en una operación tan básica como contar hasta 19, algo que el conde Draco de Barrio Sésamo enseñaba a los niños de 3 años. En ese momento pedí al grupo que me esperase porque dos personas “se habían quedado atrás” y tenía que ir a buscarles, Sergi se quedó con ellos aguantando la risa con profesionalidad. Fui corriendo a la salida de la terminal y sorprendentemente en ese preciso y justo momento salían esos dos últimos clientes, de tal manera que cuando nos unimos al resto del rebaño hubo ciertos comentarios jocosos preguntando a la pareja dónde se había metido. Tuve suerte, aunque no tanta con Sergi, quien se encargó en más de una ocasión en recordarme burlonamente el despiste.

Lago Naivasha, Kenia

 

Ten en cuenta que hoy es un día de ruta, es decir… Tu primer día de viaje en camión por Nairobi y la carretera que lleva hasta el lago Naivasha. Aprovecha porque es la única jornada junto con la última del viaje que disfrutarás de una pista tipo 1. Me explico. A lo largo de la ruta decidí clasificar las pistas en tres niveles para ir concienciando al grupo del estado de algunas comunicaciones. El tipo 1 se caracterizaba por carreteras y autovías de asfalto; aquí se iba como la seda y todos contentos (salvo por el tráfico y el caos que reina en la ciudad de Nairobi). El tipo 2 era una pista de tierra con el terreno irregular, donde los baches y el polvo ponían a prueba tu paciencia. El camión tiene lonas, no ventanas, precisamente porque está diseñado para hacer safaris y poder brindar una visibilidad de 360º con las lonas subidas. En este tipo de pista era recomendable cubrirse el pelo con una braga para evitar que se te cementase y quedarte como una estatuilla de terracota, además de taparte la nariz para no respirar el polvo. Y por último estaba la “magnífica” pista 3 entre el parque nacional de Serengeti y el área de conservación de Ngorongoro. Aquí el estado de la pista era vergonzoso a pesar del dinero recaudado en estos parques, el traqueteo se mantenía constante y recordaba a los productos de Teletienda que te hacen vibrar el cuerpo hasta llegar al borde de la convulsión para acabar con la celulitis (o contigo).

Una vez montados todos en el camión, salíamos del aeropuerto dirección Naivasha. En las afueras de Nairobi se encuentra Kibera, el barrio de chabolas más grande del país y el segundo de África después de Soweto (Sudáfrica), con una concentración de habitantes comprendida entre 600.000 y un millón aproximadamente. Para que te hagas una idea, la población de Luxemburgo no llega a los 600.000 habitantes. La ciudad de Nairobi es la cuarta más grande de África, entre 3 y 4 millones de habitantes, y uno de los motores de la economía del continente. Ahora bien, Nairobi es insegura y peligrosa, si tienes pensado visitarla aumenta las precauciones: lleva encima el efectivo justo, evita sacar el móvil en público y salir por la noche y, sobre todo, no te olvides de recurrir al sentido común. Otra cosa que puedes hacer es informarte en tu alojamiento sobre la seguridad de los lugares que quieres ir. Para moverte, puedes utilizar Uber, muy práctico y económico. También tienes el transporte local o matatu, un minibus de aforo ilimitado con vivos colores y música a todo volumen que verás en Kenia y países de alrededores. En sus inicios este medio de transporte costaba tres centavos, de ahí su nombre, ma-tatu, que significa “tres” en suajili.

 

Matatu Kenia y Tanzania

 

Si decides viajar por tu cuenta, puedes ir a la casa de Karen Blixen, la escritora danesa autora del best seller “Memorias de África” y que Meryl Streep y Robert Redford se encargaron de llevar a la gran pantalla de la mano de Sidney Pollack. En mi caso, aproveché a ir un día antes de iniciar la ruta en compañía de Sergi, una visita que tuvo el honor de ser la más corta en mi trayectoria como turista en museos y decididamente, la más cara en proporción: 12$ al cambio. A los 10 minutos decidimos dar vueltas estúpidas por los terrenos de la casa, precisamente por no sentirnos tan estúpidos de haber pagado doce pavos para hacer una mísera foto a la granja “al pie de las colinas Ngong”, como poéticamente inmortalizó en su novela Karen (la cual ni ella misma estaría de acuerdo con el precio de la entrada a su casa, por cierto). En nuestro recorrido errático topamos con la máquina de café utilizada en la plantación de Karen antes de caer en la ruina, dimos con una escuela y con unas instalaciones de aspecto abandonado cuya utilidad nunca conseguimos averiguar.

 

Museo Karen Blixen, Nairobi

 

No obstante, lo positivo de ventilarte un museo en menos de media hora es que puedes visitar otro, y también albergas la esperanza de que te aporte un poco más, claro. Aprovechamos a ir al museo nacional de Nairobi, donde irónicamente no tuvimos tiempo suficiente para verlo con calma. Es un museo de varias plantas, con cientos de aves y mamíferos disecados. El museo exhibe los dibujos originales de la naturalista Joy Adamson, autora del éxito de ventas “Born Free”, y cuenta con una planta sobre la historia de Kenia, interesante si tienes la suficiente paciencia (y tiempo) de leerte los cientos de cartelas de la sala en ese afán de los museos de corte decimonónico por avasallarte con información que bien puedes leer en un libro.

En el viaje organizado en camión no visitábamos Nairobi, nos íbamos directamente al lago Naivasha. Si el tiempo lo permitía, es decir, el clima y el “reloj”, parábamos en un mirador a 2.300 metros de altitud para contemplar el valle del Rift, una descomunal brecha geológica de casi 5.000 km desde el valle del Jordán hasta Mozambique. La fractura sigue creciendo, hasta tal punto que en marzo de 2018 se abrió en el condado de Narok una grieta de 15 metros de profundidad que destrozó carreteras y viviendas.

Por la tarde llegábamos al parque nacional del lago Naivasha, donde algunos clientes optaban por un safari a caballo y otros, un paseo a pie con un askari (vigilante de seguridad). El lugar es un paraíso ornitológico: pelícanos, martín pescadores, pigargos vocingleros, cigüeñas, garzas, cormoranes… Enloquecía tratando de identificar las especies de aves con mis flamantes prismáticos regalo de un grupo de clientes y un libro de aves que tomé prestaddo a mi jefe, “Birds of Serengeti”, y que me he visto en la obligación de quedármelo porque es muy útil. En este parque veíamos nuestros primeros herbívoros de la ruta: jirafas, cebras, ñus, gacelas y en ocasiones, búfalos. Aunque los animales viven en libertad, están habituados a la gente, así que no es de extrañar si decides dar una vuelta y ves a ras de suelo y escasos metros una impresionante jirafa, como me pasó con un grupo. El momento fue memorable, mientras caminábamos cerca del lago y yo estaba entretenida con mis aves, comenzó a acercarse una jirafa macho de varios metros de altura (el máximo que alcanzan es de 5 metros). Nos quedamos quietos, en este caso más por asombro que miedo, mientras el hermoso ejemplar pasaba de largo con ese andar lento y parsimonioso tan elegante. Este tipo de momentos desconciertan y cuando suceden te preguntas, “¿pero qué acaba de pasar?”, “¿en serio?”.

 

Lago Naivasha, Kenia

 

El parque se encuentra a 1890 metros de altitud, así que el lago Naivasha es el más alto de toda la cordillera del valle del Rift. En mi primera toma de contacto con este lugar me sorprendió la luz del atardecer, creo que el ñu con los verdes y dorados de fondo se dio cuenta y se resignó a las decenas de fotos que le saqué, las cuales casi podrían pasar por una pintura al óleo. Aquí sorprenden los “árboles de las fiebres”, un tipo de acacia retorcida con tronco amarillo que se creía transmitía la malaria.

 

Lago Naivasha, Kenia

 

Este día nos alojábamos en el lodge Sanctuary Farm, unos establos reconvertidos en habitaciones, con unas estupendas puertas que había que asegurarse de cerrar bien para evitar que los vervet monkeys entrasen y dejasen la habitación peor que en “Resacón en las Vegas”. Una vez caía la noche, los hipopótamos salían a pastar, alguna vez cerquita de nosotros mientras cenábamos al aire libre. Este mamífero ostenta el título de ser el animal que más muertes de personas provoca en África después de… el mísero mosquito. El hipopótamo, aunque herbívoro, tiene unos colmillos cuyo tamaño, en mi humilde opinión, es totalmente innecesario: ¡hasta 50 centímetros de longitud en el caso de los machos! Una vez soltada esta información, cenar al aire libre frente a estos temibles invitados pueden hacerle pasar a uno por idiota, pero siempre y cuando no te acerques a medirle los colmillos y no les molestes, estarás completamente fuera de peligro.

 

Hipopótamo en Ngorongoro

 

El primer día se hace largo y todo el mundo se acuesta pronto porque toca madrugón. Ahora bien, si entre los ruidos de la noche oyes una risa jocosa de fondo, no te alarmes: es el hipopótamo deseándote las buenas noches.

 

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