DÍA 8. ÁREA DE CONSERVACIÓN NGORONGORO

 

Hoy visitábamos un pueblo maasai en el área de conservación de Ngorongoro, una zona protegida establecida en 1959 donde conviven animales y pueblo maasai y que junto con el parque nacional de Serengeti, es patrimonio de la humanidad. La zona se ubica en el lado oriental del valle del Rift con una extensión de casi 8.300 km2 (la comunidad de Madrid tiene unos 8.000 km2), y cuenta con ocho volcanes inactivos salvo el Ol Donyo Lengai (“montaña de Dios”), lugar sagrado en la cultura maasai. Las cenizas generadas por las erupciones de estos volcanes formaron hace millones de años las fértiles llanuras del Serengeti.

 

Área de Conservación de Ngorongoro, Tanzania

 

A la mañana siguiente nosotros visitaríamos el cráter de Ngorongoro, pero hay otros atractivos turísticos en la zona como los cráteres de Olmoti y Empakaai, la garganta de Olduvai (u Oldupai en maa), y el yacimiento de Laetoli. La importancia de la garganta radica en los hallazgos arqueológicos concernientes a la evolución humana, lo que le ha valido el calificativo de una de las cunas de la humanidad en el este de África. La garganta de Oldupai la veíamos desde el camión en nuestro trayecto hasta el poblado maasai. Un poco más al sur está Laetoli, donde se encontraron huellas de homínido preservadas en cenizas volcánicas y datadas en 3.6 millones de años. Este descubrimiento fue de gran relevancia por la antigüedad de estas pisadas de bípedo, una cualidad propia de los humanos. Por último, al oeste de Oldupai y colindando con el Serengeti está el lago Ndutu, el cual acoge los alumbramientos de ñus a principios de año.

Nosotros accedíamos al área de conservación de Ngorongoro por la puerta de Naabi (Naabi Gate), que coincide con la salida del Serengeti. De hecho, si subes la colina de Naabi (Naabi Hill) podrás observar la continuidad del paisaje entre las llanuras del Serengeti y el área de conservación, porque todo forma parte del mismo ecosistema. La pista hasta llegar al campamento estaba en pésimas condiciones y los pinchazos y cambios de ballesta eran habituales. Era la pista que decidí llamar de nivel 3, y había que tomárselo con bastante paciencia.

Fue en este área de conservación donde vi de casualidad mi primer caracal, un precioso felino muy difícil de avistar. Realmente yo no me había dado cuenta, fue mi amigo Sergi el guía quien tuvo esa suerte (y la vista). Íbamos hablando en el camión cuando Sergi se calló repentinamente y miró hacia un grupo de gacelas y un animal entre medias que merodeaba en círculos. Independientemente de su versión de los hechos, Sergi creyó ver primero un chacal y yo, un zorro orejudo. Extrañado por el tipo de silueta y movimientos, Sergi entrecerró los ojos y dijo: “eso no es un zorro orejudo” y se levantó de golpe gritando “¡¡es un caracal!!”, “¡¡es un caracal!!” (bueno, tampoco era un chacal). Era nuestro primer caracal y el del resto del grupo, los cuales incluso era la primera vez que oían mencionar la existencia de tal ser vivo. Sergi y yo gritamos, nos abrazamos y seguramente dijimos varias veces “qué fuerte”, algo que Haji de oírlo lo habría repetido jocosamente con estilo suajili. En un principio los clientes estaban desconcertados con nuestro alboroto y no sabían qué narices nos pasaba, pero yo me alegré de encontrar a otro loco que compartiera esta emoción (un poco desbordada), que al final acabó contagiando al resto del grupo.

 

Caracal en área de conservación de Ngorongoro

 

Con el puerco espín no tuve tanta suerte, en esta ocasión localizado por el lince argentino Alberto, un piloto que a punto estuve de retenerlo durante toda la temporada por su capacidad de ver e identificar siluetas más allá del propio más allá. Con él vimos también en el área de conservación un ejemplar de gato salvaje, muy complicado por su facilidad para el camuflaje. Este nuevo tanto que me apunté lo compartí con mis compañeros guías que, a pesar de decir que había visto un gato doméstico, solo puedo sentir lástima por su envidia. Los súper poderes de Alberto dejaron en entredicho mi ya mal valorada vista cuando avistó clarísimamente un ave en una acacia mientras yo y alguno que otro más solo veíamos un chacal. Por otra parte, un chacal subido a las ramas de una acacia era una imagen tan extraordinaria como ver a un leopardo haciendo la voltereta lateral. Menos mal que a lo largo de la temporada fue bastante habitual entre todos nosotros ver especies tan raras como un “tronco-león” o una “aguilaqueta”, chaqueta que salió volando por la ventana del camión en marcha en la que alguno creyó ver un hermoso ave rapaz. Lo anormal, por tanto, era el lince argentino.

Antes de llegar al campamento visitábamos una boma o poblado maasai. Esta etnia es de origen nilótico, procede del valle del Nilo al sur de Sudán. Se divide en dos grupos, los maasai del norte, concentrados en las tierras septentrionales de Kenia, y los maasai del sur, que ocupan la zona meridional de Kenia y el norte de Tanzania. En varios pueblos que atravesábamos con el camión a lo largo de nuestra ruta los clientes solían preguntar: “¿y ese hombre, es maasai?”, refiriéndose a un local cualquiera vestido de manera occidental. Tratar de responder a esta pregunta era como intentar distinguir un madrileño de un asturiano dando una vuelta por la Puerta del Sol de Madrid. La etnia más conocida en Kenia y Tanzania es la maasai, pero solo en Tanzania existen más de 120 grupos étnicos de origen bantú. En Kenia, la etnia mayoritaria es la kikuyu, a la cual pertenece el actual presidente Uhuyu Kenyatta, seguida de la luhya y la kalejin, mientras que los maasai representan poco más del 2% de la población. Entre ambos países, los maasai no superan el millón de habitantes. Sí que es cierto que Maasai Mara y el área de conservación de Ngorongoro están dominadas por la etnia maasai.

 

Poblado masai, Tanzania

 

La indumentaria tradicional de los hombres se distingue por las túnicas y mantas de algodón (shuka), estas últimas de un distintivo color rojo, aunque también las hay azules, negras, a cuadros, a rayas e incluso decoradas con abalorios. Las mujeres también visten túnicas de vivos colores con infinidad de pendientes, brazaletes y collares hechos con abalorios. Las mantas rojas a cuadros me recordaban sospechosamente a las telas escocesas. Lógicamente los maasai cubrían antiguamente sus cuerpos con pieles de ganado y no telas de algodón, cuyo diseño tiene un origen incierto. Una de las teorías explica que fue la reina Victoria la que en su visita a Kenia a finales del XIX obligó a los sirvientes maasai a cubrir su desnudez con telas escocesas y que incluso los manteles de los banquetes incitaron al posterior uso de estas telas como mantas maasai.

 

 

Sea como fuere, no todos los maasai visten con shuka y caminan con un arco y flechas acompañados de su ganado, muchos llevan camiseta y vaqueros, prefieren la Coca Cola a la sangre animal y conducen coches japoneses. A pesar de la fama de haber sido fieros guerreros, más por enfrentamiento de tierras para el ganado que por luchas de poder, actualmente son seminómadas dedicados a la ganadería y el turismo. Los hombres se dividen en dos grupos, guerreros y adultos, divididos cada uno en menores y mayores. Algunos jóvenes guerreros (moran) salían a la caza de un león para demostrar su valía, prohibido hoy en día por ser una especie protegida. Hoy en día los jóvenes cuidan del ganado, principal fuente de alimento de esta etnia y dado por Dios (Engai) al pueblo maasai, de ahí su firme creencia de que el ganado de todo el orbe les pertenezca.

 

Poblado masai, Tanzania

 

En una ocasión un cliente me preguntó dónde enterraban los maasai a sus difuntos. Según la cultura maasai los muertos se abandonan en una bolsa de cuero tirada fuera del poblado; a los tres meses vuelven para comprobar si el difunto era buena o mala persona, algo que depende de si fue devorado por un buitre o una hiena respectivamente. Al margen de que sigan manteniendo sus creencias, el 60% de la población tanzana es cristiana, por lo que muchos maasai han abrazado esta fe y entierran a sus muertos.

De camino a la boma solíamos ver adolescentes vestidos de negro con la cara pintada de blanco. En mi primera ruta como guía debí poner la misma cara de incógnita que los clientes, hasta que me enteré de su significado. Cuando los niños llegan a la adolescencia se les practica la circuncisión en público y viven fuera de los poblados durante varios meses, en un intento por aprender a valerse por sí mismos debido a estar expuestos al peligro de las fieras y a la infección tras haber sido intervenidos. Al comienzo también me intrigó porqué muchos maasai carecían de incisivos inferiores y resultó ser porque facilita la ingesta de alimento durante el tétanos, el cual provoca el cierre de la mandíbula con rigidez.

La situación de la mujer maasai es desalentadora. Todavía se sigue cometiendo la ablación del clítoris, una forma de celebrar la transición de la edad infante a la adulta, y es una deshonra para las familias que ellas expresen dolor alguno durante la mutilación genital. Sus parejas son polígamos y después de casarse, ellas se encargan de construir la choza o manyatta con estiércol de ganado, paja y palos de madera, y se centran en las tareas domésticas y el cuidado de la prole.

 

Poblado masai, Tanzania

 

La visita por la tarde al poblado maasai solía resultarme incómoda e impostada, y normalmente era motivo de debate con el grupo. Fui a varias bomas a lo largo de la temporada en un vano intento por sentirme más a gusto. La organización de esta actividad está bastante estandarizada en la mayoría de las bomas: te reciben con un baile, te enseñan sus manyattas y por último, entras en “la escuela”.

La danza de los hombres se distingue por saltos con los pies juntos y los brazos pegados al cuerpo, y la altura que alcanzan es directamente proporcional a su virilidad. La boma es un recinto circular con una empalizada de palos de madera en cuyo interior se halla otro cerco más pequeño para albergar y proteger el ganado. El interior de las manyattas consta generalmente de un par de lechos cubiertos por piel de ganado, uno para el hombre y el otro para los menos privilegiados mujer e hijos. A continuación íbamos a “la escuela”, un espacio demarcado con palos con pupitres y una pizarra en su interior. Allí nos esperaban los niños para cantar con desgana y enseñarnos los números en maa e inglés. Maa es la lengua maasai, diferente a la lengua suajili que es junto con el inglés, la lengua oficial de Tanzania. Esta “escuela” era para menores de seis años, momento en el que los niños iban al colegio en otros pueblos. La enseñanza primaria es obligatoria en Tanzania y una de las asignaturas impartidas es el inglés, que pasa a ser el único idioma en las aulas durante la enseñanza secundaria y universitaria.

Los niños que nos esperaban en las “escuelas” de las bomas estaban vestidos con harapos sucios y muchos de ellos tenían infección ocular a raíz de la falta de higiene. En más de una ocasión me dediqué a limpiar de porquería los ojos de los niños con un poco de agua, y en una boma llegué a pedir al representante que tuviera el detalle de limpiar los ojos a un niño pequeño que veía a duras penas. Te explican que el dinero recibido del turismo está destinado a mejorar notablemente sus condiciones de vida y a escolarizar a los niños, pero los únicos que vi con la cara lavada fueron los hombres y mujeres que estaban de cara al público bailando; las mujeres y niños entre bambalinas distaban bastante de tener una higiene mínimas e incluso una sonrisa. Mi discusión personal no es la disyuntiva entre pretender que los maasai vivan en una burbuja atemporal con sus modos de vida tradicionales o que entren en contacto con “la modernidad”, ni tampoco responsabilizar a unos u otros, es decir, turismo o locales, pero sí que creo firmemente que todo crecimiento económico ha de ir acompañado de concienciación y educación, y en eso todos somos responsables. Se puede tener suficiente agua para lavarse, como así sucedía en las tres bomas que visité, pero de poco sirve si se desconoce la importancia que esta tiene para mantener unos mínimos de higiene, sin olvidar tampoco las medidas preventivas (como llevarse las manos a los ojos, por ejemplo).

 

Poblado masai, Tanzania

 

Al finalizar la visita continuábamos el viaje hasta el campamento. En el último tramo el paisaje cambiaba bruscamente y atravesábamos un espeso bosque húmedo levantado sobre tierra roja el cual acababa abriéndose como una cortina para dejar paso nuestro destino: una inigualable panorámica del cráter Ngoronogo. Aquí pasaríamos nuestra penúltima noche.

 

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