DÍA 4. SAFARI EN GLOBO, ACAMPADA EN EL TRIÁNGULO DE MARA
Esta jornada es la más completa del viaje, básicamente porque nos despertábamos a las 3.45 horas y cuando llegaba la tarde, parecía que lleváramos varios días despierto y de maratón.
El madrugón se debe al safari en globo por la reserva, que depende de los vientos y por ello hay que iniciar el sobrevuelo entre las 6 y 6.15 horas. Nosotros tardábamos 1 hora aproximadamente en llegar hasta el punto de despegue, así que salíamos con un margen de tiempo suficiente por si teníamos alguna incidencia en el trayecto, como así sucedió con uno de los grupos.
Era temporada alta y llevaba 48 horas casi sin dormir por una cadena desafortunada de incidencias con un grupo que decididamente estaba maldito. Íbamos en camión y, cuando terminamos de cargar el equipaje y material de cocina, nos subimos pasajeros, cocinero, un par de ayudantes y por supuesto, el conductor. A los 20 minutos oí un repentino “psssssss”, una ramita enganchada según el oído de uno de los clientes. “Eso no es una ramita”, pensé… Cerré los ojos, y por poco me echo a llorar, pero como estaba en horario de trabajo rodeada de 19 clientes no me pareció oportuno. Habíamos pinchado. Paramos el camión para dar paso a un cambio de rueda contrarreloj para no perder el safari en globo y entonces sí, echarme a llorar.
Los chicos (ayudantes, conductor y cocinero) no querían que saliera del camión porque estaba todo oscuro y nos encontrábamos en medio de la reserva, muy de agradecer por su parte pero contradije su sugerencia y bajé para unirme al equipo. Por suerte en esta ruta trabajé con Ali, el cocinero, un tanzano resolutivo y multifunciones que tanto te hacía una excelente tortilla de patatas como te cambiaba una rueda de más de 100 kilos en tiempo récord. A su lado estaba el también tanzano Gaspar y el keniata Gideon, ambos ayudantes afanados en efectuar la maniobra bajo presión y a las 5 de la mañana. Por mi parte me dediqué a la labor de oficina consistente en marcar compulsivamente números de teléfono para dar con un vehículo que pudiera llevarnos hasta el punto de despegue por si no llegábamos a tiempo con el camión, mientras aprovechaba cualquier oportunidad para echar una mano, aunque fuera sujetando una mísera tuerca. Richard, el contacto de los globos, tenía todos los vehículos ocupados. El resto de la agenda, también. Recordemos que era temporada alta, todo bicho a motor con ruedas estaba llevando turistas a los diferentes puntos de despegue en la reserva. A punto de finalizar la maniobra de cambio de rueda, Richard me avisó de que tres 4×4 iban de camino.
Ya con rueda nueva, reiniciamos el viaje acelerados de marcha y de ánimos. Al poco rato, un par de faros se acercaban hacia nosotros: la avanzadilla de los 4×4. Un grupo de clientes se montó en él para perderse al segundo en la lejanía. Los otros dos llegaron casi al momento para recogernos al resto. Después de este idílico comienzo de jornada en África, conseguimos llegar a tiempo.
El safari en globo en una reserva como Masai Mara es una actividad recomendable. No sabes cuántos ni cuáles animales vas ver, e incluso en algunas ocasiones es poca la fauna que merodea. Y si no que se lo digan al gran Horacio, un argentino residente en Galicia que nada más bajarse de la cesta exclamó indignado “ni un puto gato he visto”. La decepción del gran Horacio era obvia e incluso comprensible si se había imaginado avistar una manada felina bebiendo de un arroyo, aunque desde mi punto de vista el solo hecho de disfrutar del amanecer en un paisaje de sabana y en lo alto de un globo es de por sí una anécdota para contar.
Cuando en una ocasión monté porque había espacio para un pasajero más pilotaba un inglés amante de la naturaleza, llevaba unos treinta años viviendo cerca de la reserva y nos contó con cierto pesar cómo el número de hoteles se multiplicaba en Masai Mara de manera imparable. Me caía muy bien porque transmitía pasión por su trabajo e inspiraba paz y tranquilidad. Yo por mi parte también adoro mi trabajo, pero me costó compartir mis flamantes prismáticos con dos de las clientas, Lola y María José, y dejar de observar la considerable concentración de cebras que había por debajo de nosotros.
Recuerdo muy bien a Lola y María José, un par de amigas española y argentina respectivamente que se habían reencontrado en este viaje. Hacían una pareja simpática y peculiar, María José con su labia porteña, y Lola con sus chocantes despistes. De hecho, Lola ha pasado a la historia de los safaris por ser la primera turista en avistar nada más y nada menos que una jirafa blanca… O lo que el resto vimos, una cabra (blanca, eso sí) comiendo las hojas de un árbol sobre sus patas traseras. La locuaz argentina tenía vértigo, pero hasta ahora ningún cliente, incluida María José, lo pasó mal con la altura, seguramente porque la cesta no se tambalea lo que un avión de Ryanair en turbulencias y porque el borde de la cesta llega por debajo de los hombros, disminuyendo considerablemente la sensación de altura y por tanto, de vértigo.
El lugar de aterrizaje estaba a merced de los vientos. Una vez en tierra firme los 4×4 recogían a los clientes para llevarlos hasta el camión y pasar a tomar un fabuloso desayuno en medio de la sabana. En mi caso solía ir en uno de los 4×4 donde en una de las veces tuve la oportunidad de contemplar una escena de caza espeluznante, pero extraordinaria. Conducía Richard cuando de repente saltó delante de nosotros una hiena para dar caza a una indefensa cría de ñu. Tras conseguir con éxito su cometido, la hiena hundió su poderosa dentadura en el estómago del agonizante ñu mientras su madre observaba impotente. Los bramidos de la cría eran desgarradores y cada vez más apagados, así que dejamos a la hiena terminar su desayuno y continuamos el recorrido.
Después de un brindis con champán y un copioso desayuno, nos dirigíamos a Purungat Gate para acceder a la parte oeste de la reserva Masai Mara, Mara Triangle (Triángulo de Mara). Abarca 520 km2, la tercera parte de la reserva, separada de esta por el río Mara al este, delimitada al oeste por las montañas de Oloololo y al sur, por la frontera con Tanzania. Mara Triangle está gestionada por el pueblo maasai a través de Mara Conservacy, una fundación creada en 2001 que entre otros logros, ha conseguido disminuir la caza furtiva en el Triángulo y alrededores y mejorar el estado de las pistas. La totalidad de la reserva nacional Masai Mara se encuentra bajo el paraguas del condado de Narok, el cual recibe el 55% de los ingresos obtenidos por el turismo, mientras que el 36% está destinado a la conservación y mantenimiento de la reserva y el 9% restante, es para Kenya Airports Parking Services (KAPS), empresa creada en 1999 para proveer zonas de aparcamiento y controlar los accesos de las reservas en East Africa (Kenia, Tanzania y Uganda).
El acceso al Triángulo se caracteriza por la presencia de un puente militar que cruza el río Mara y marca la frontera entre Kenia y Tanzania; así, cuando cruzábamos el puente viniendo desde el este de la reserva veíamos a nuestra derecha Kenia, y a la izquierda Tanzania. Los clientes solían quedarse haciendo fotos al río mientras me encargaba de los pagos pertinentes, con la novedad de que pernoctábamos dentro de la reserva Mara Triangle, así que había que pagar por el permiso de un día entero más una noche de camping privado.
Finiquitado el trámite y con un recibo impreso del tamaño de un tomo de Harry Potter (un papelito por cada cliente, los miembros del equipo y yo, más algún que otro recibo), avisaba a los clientes para darnos una vuelta por el río Mara custodiados por rangers. Era el momento ideal para ver ejemplares de cocodrilo del Nilo e hipopótamos, y en algunas ocasiones también elefantes y jirafas. Tras el paseo, los rangers nos acompañaban hasta el campamento, consistente en una carpa para hacer las comidas y unas tiendas de campaña con catre frente al río Mara, precisamente en uno de los puntos de cruce de la gran migración. Fue en este entorno salvaje donde tuve la oportunidad de contemplar un par de escenas que me dejaron atónita.
La primera, estaba ayudando a preparar la mesa cuando unos clientes gritaron mi nombre exaltados desde el río. Me acerqué y señalaron a una manada de hipopótamos en el agua ocupada en matar violentamente a un ñu. Como ya he mencionado, este animal aparentemente entrañable es el que más personas mata en África después del mosquito; además, su tamaño corporal y colmillos imponen, y eso que es vegetariano. Dentro del agua es sumamente territorial, y no dudará en acabar sin miramientos con aquel que ose invadir su espacio. En este caso, el despiste le salió caro al ñu, al cual los hipopótamos, especialmente uno de ellos, se encargaron de matar con ensañamiento durante unos minutos. A lo largo de ese rato observé el tremendismo de la imagen con estupefacción, dado que la reacción de la manada fue desmesurada, y no dejé de sentir lástima por aquel torpe ñu que se había decidido a cruzar alegremente por esa parte del río.
La otra experiencia fue antagónica por su ternura y belleza, y ocurrió en dos ocasiones: una manada de elefantes cruzando el río. En la primera ocasión me emocioné cuando los ejemplares atravesaron el campamento caminando con lentitud ceremoniosa como si quisieran dilatar el tiempo de su exhibición. Dispuestos en fila, les vimos sumergir sus patas en las aguas del río uno tras otro, y así hasta la veintena. Incapaces de hablar, contemplamos a los paquidermos sobrecogidos. Al margen de la fascinación que me produce este animal, la vivencia fue todo un privilegio. La segunda vez fue similar y, aunque menos en número, pasaron frente a nosotros a unos cinco metros de distancia. Apiñados a ras de suelo, quietos junto al camión y manteniendo la respiración, alucinamos de ver a la manada tan cerca de nosotros.
Después de comer bajo la carpa solía preparar un “cóctel local”, es decir, un gin tonic sin hielo. Efectivamente, el hielo es difícil de conseguir en la ruta por la falta de costumbre entre los locales y por el elevado coste de su mantenimiento en un congelador. Por lo tanto, ante la habitual ausencia de hielo en ese punto de la ruta, consideré más oportuno ofrecer un supuesto cóctel local, siempre más apetecible que preparar un gin tonic a temperatura ambiente. De esta forma, casi todos se animaban a probarlo y así, cuando llegaba con el avituallamiento de ginebra, tónicas y lima, pocos reculaban, nos echábamos unas risas y acabábamos bebiéndonos una copita frente al río Mara. Y bien pensado, tampoco estaba tan lejos de ser un cóctel local porque la ginebra intentaba que fuera keniata o tanzana.
Tras un pequeño descanso, y teniendo en cuenta que este día del itinerario parecía tener casi 24 horas, aprovechábamos para hacer un safari vespertino por Mara Triangle. En alguna ocasión intentamos ver algún cruce de ñus y cebras en el río Mara, pero no hubo suerte. En cambio, sí que vimos todo tipo de fauna y algunas escenas reseñables como la anécdota del león machista. En lo alto de una loma avistamos una manada de tres leonas y un macho; estaba a punto de atardecer, momento ideal para que los felinos nos deleitaran con una escena de caza. Dos de las leonas comenzaron a bajar a una explanada con algún que otro herbívoro, mientras el macho daba un lametón a la tercera hembra antes de que esta se uniera a sus compañeras a hacer la compra para la cena. Dado el éxito en España de la huelga del 8 de marzo en defensa de los derechos de la mujer, no me extrañaría ver a estas leonas en plena lucha al año siguiente.
Finalmente no hubo escena de caza esa tarde, aunque éramos conscientes de que había alta probabilidad de que así fuera porque es difícil estar en el momento y lugar exactos en los cuales se producen estos acontecimientos. Así me pasó con otro grupo. Estábamos frente a una manada de decenas y decenas y decenas de ñus y (exactamente) cinco cebras. Al lado, varias leonas. Todo apuntaba a que alguna baja se iba a producir, pero no fue así. Los herbívoros estaban en alerta porque las leonas se habían descubierto descaradamente. Los ñus, con su consabida torpeza, utilizaban su desbordante superioridad numérica como forma de intimidación y las cinco cebras, la suerte. El tropel de animales adelantaba unos pasitos, se paraba, y miraba hacia las depredadoras para no dejar de tenerlas localizadas. Así, en varias ocasiones. Cada vez que los herbívoros paraban en seco me recordaban a los niños pequeños que congelan todo movimiento y se tapan los ojos creyendo que así desaparecen. De repente, los ñus se adelantaron y empezaron a trotar más alegremente para alejarse de los colmillos, dejando a las cinco cebras desamparadas. El exiguo grupo de équidos mantenía el juego de “pies quietos” hasta que finalmente, esas cinco valientes cebras consiguieron mantener “a raya” a las leonas y huir de su campo de visión.
A media tarde nos retirábamos al campamento porque está prohibido circular por la reserva. Personalmente, el pernocte dentro del Triángulo custodiados por dos rangers me parecía uno de los momentos más excitantes del viaje, aunque algunos clientes se sentían intimidados por estar en un medio salvaje y desconocido. Aquí es donde entraba en juego otra de las multifacetas de un guía: animador. Sin tener que llegar al extremo de subirte a un escenario y hacer comedia, una serie de juegos recurrentes conseguían desviar la atención de algunas personas. Había grupos que inspiraban confianza como para que el conductor imitara el rugido de un león o el grito de una hiena mientras estaban tranquilamente sentados alrededor de una hoguera o bajo la carpa. La verosimilitud de estos sonidos era tal que los clientes permanecían tan petrificados como el grupo de cinco cebras jugando a “pies quietos”. Algunos de ellos nunca perdían la compostura y educación, como cuando Yessica llamó al ranger desde su silla en la carpa al grito de “mr. Ranger?!” (silencio) “mr. Ranger?!”. “Mr. Ranger” apareció al poco rato doblado de la risa junto con el conductor y, digámoslo, yo también. Y no me extrañaría que las risas generalizadas asustaran a más de un animal.
Finalizada esta jornada de casi 24 horas despiertos, nos íbamos al catre con los rugidos de los hipopótamos de fondo, esta vez sí, reales.