DÍA 6. JERUSALÉN (CIUDAD VIEJA)
Antes de iniciar la incursión por la ciudad vieja de Jerusalén, disfrutamos de un desayuno fabuloso. Los alimentos que cocinan en mi nueva casa son kosher, es decir, siguen las prescripciones judías sobre alimentación consistentes en no mezclar la carne con los productos lácteos, de ahí que en muchas casas judías haya dos hornos y utensilios diferentes para cada grupo de alimentos, por ejemplo. Nosotros comimos diferentes pastas, entre ellas de tahin, berenjena (baba ganush) y queso de cabra, además de huevos y un excelente té con menta procedente del jardín. Al terminar estábamos “a punto de explotar” con tanta comida kosher, expresión que decidimos vetar en Jerusalén dadas las circunstancias, al igual que otras como “esta ciudad es la bomba” o “la cabeza me va a estallar”.
Teníamos unas expectativas muy altas para Jerusalén, sus peculiaridades históricas la convierten en una ciudad extraordinaria marcada por el conflicto nacionalista árabe – israelí y, al mismo tiempo, por las religiones monoteístas y sus respectivos lugares sagrados.
Jerusalén ha pasado por diversas manos a lo largo de su historia, lo que ha generado no pocos conflictos. Sin embargo, el actual enfrentamiento árabe – israelí por anexionarse esta ciudad está marcado fundamentalmente por la historia del siglo XX.
Tras la disolución del imperio otomano en 1917, Palestina pasó del control turco al británico bajo el sistema de mandato. Los ingleses junto con los franceses acordaron encargarse de la administración de los territorios árabes del otrora imperio otomano, con la finalidad de establecer uno o varios estados árabes. Sin embargo, paralelamente los ingleses también se declararon a favor de la causa sionista, la cual defiende el establecimiento de un estado judío en la antigua Palestina, generando una situación compleja y confusa. A esto se suma la presión migratoria de los judíos sobre el territorio palestino, los cuales empezaron a huir del antisemitismo occidental desde la década de los años 30. Los ingleses, impotentes de solucionar el lío, decidieron pasarle la pelota a las Naciones Unidas.
En 1947, ya tras la II guerra mundial, las Naciones Unidas aprobaron una resolución que partía Palestina en un estado judío y otro árabe, mientras que Jerusalén quedaba bajo mandato internacional. Los árabes no aceptaron el plan, pero los judíos, presididos por David Ben Gurion, proclamaron la creación del nuevo estado de Israel en 1948. Esta situación provocó el estallido de la primera guerra árabe – israelí, que finalizó en el mismo año con dos consecuencias: la división de Jerusalén en un sector occidental ocupado por el nuevo estado de Israel, y otro oriental a manos de Jordania (junto con Cisjordania); y la diáspora de los árabes de Israel a Cisjordania y Gaza, dando inicio al problema de los refugiados palestinos.
La guerra de los seis días de 1967 volvió a marcar un importante punto de inflexión. En tiempo récord, Israel obtuvo la victoria frente a los países árabes involucrados y se hizo con el control de los altos del Golán, de la península de Sinaí y Gaza, y de Cisjordania junto con Jerusalén este, todo ello bajo el domino previo de Siria, Egipto y Jordania respectivamente. En cuanto a la comunidad internacional y, al margen de las últimas maniobras de Donald Trump, esta se niega a reconocer la ocupación de Jerusalén y su nombramiento como capital de Israel.
Los principales lugares de interés turístico – religioso se encuentran en la ciudad vieja, rodeada por una muralla de piedra que encierra cuatro barrios: el musulmán, el judío, el cristiano y el armenio. Decidimos visitar primero la Explanada de las Mezquitas aprovechando que entre las 12.30 y las 13.30 horas estaba abierta “a todos los públicos”. Como teníamos tiempo, le pedí a mi querido amigo recorrer antes el Vía Crucis, el trayecto que hizo Jesús desde la prisión hasta su crucifixión en el monte Gólgota. Me movía la curiosidad y el afán por conocer mejor todo lo relacionado con las religiones monoteístas.
Accedimos por la entrada de Jaffa (Jaffa Gate), junto a los barrios armenio y cristiano. El Vía Crucis (del latín, “camino de la cruz”), también conocido como “Estaciones de la Cruz” o “Vía Dolorosa”, es un recordatorio de la condena de Jesús, y consta de 14 estaciones o incidentes que tuvieron lugar durante este recorrido. En vista de que la Explanada de las Mezquitas estaba al otro lado de la ciudad, hicimos el Vía Crucis al revés porque nos convenía comenzar por el final, concretamente por la estación IX, porque las últimas se encuentran en la iglesia del Santo Sepulcro, cuya visita habíamos dejado para por la tarde. Espero seamos perdonados por esta extravagancia de Vía Crucis.
Nada más empezar nos cruzamos con un grupo de chinos que, a juzgar por sus cánticos con un cura, también estaban haciendo el Vía Crucis, aunque seguramente en un sentido más ortodoxo que el nuestro. Francamente, quedé admirada de su fervor religioso y una vez más impresionada de la capacidad de adaptación de los chinos.
Visitamos la iglesia copta ortodoxa reina Helen, donde hay un antiguo pozo descubierto en el siglo IV por la reina Helena, madre de Constantino, que proveyó de agua durante la construcción del Santo Sepulcro. Nos recibió un hombre de tez negra y vestido de negro encargado de controlar el pago de la entrada y que, una vez comenzamos a bajar por las escaleras de piedra hasta el pozo, se arrodilló para rezar en una capilla con luz tenue, haciendo imposible distinguir dónde acababa su silueta y dónde empezaba la sala. Este cristiano copto, probablemente de origen egipcio o etíope, era nuestro primer ejemplo de las innumerables profesiones religiosas que Jerusalén nos mostraría.
A continuación entramos en la prisión de Cristo, donde supuestamente fue encarcelado tras la sentencia de Poncio Pilatos. Vimos un “cepo de mármol”, una piedra con dos agujeros por donde se introducen las piernas, las cuales se ataban con cadenas o similar.
Al salir nos percatamos de que el tiempo se nos había echado encima, así que fuimos a paso ligero (corriendo) directos hacia la Explanada de las Mezquitas. De camino se nos acercó un niño de ojos azules enormes con unas pestañas largas y tupidas; tendría unos seis años y llevaba su kipa y tirabuzones. Nos habló en español y le pregunté cómo lo había aprendido, con la esperanza de que me dijera con una telenovela (igual que nuestra amiga judía de Yeroham) y que se hubiera instaurado esa forma de aprendizaje en la enseñanza primaria pública, pero cuál fue mi decepción cuando me dijo que se debía a su madre argentina. Tal cual me respondió, se fue.
Los turistas y no musulmanes tenemos que acceder al lugar santo por la puerta Mugrabi o de los Moros (Mugrabi Gate o Moroccan Gate). Reconozco que nos hicimos un auténtico lío para dar con la entrada al lugar santo, aunque creo que no éramos los únicos afectados por cierta confusión. Una pareja de españoles nos advirtieron de que la Cúpula de la Roca estaba cerrada (a los fieles, los no musulmanes tienen la entrada prohibida) y no se podía acceder al recinto, informados a su vez por un policía israelí. Igualmente preferimos comprobarlo in situ, y finalmente dimos con el exacto control de acceso entre los varios que hay de entrada y salida al Muro de las Lamentaciones y la Explanada de las Mezquitas. Nos colocamos los últimos de una larga fila, y entramos relativamente rápido tras hacer pasar nuestras pertenencias por un escáner.
La Explanada de las Mezquitas es uno de los lugares que mejor expresan la idiosincrasia de Jerusalén: el tercer lugar más importante para el Islam, pero también el primordial para los judíos por localizarse el monte donde Abraham fue a sacrificar a su hijo Isaac. Un sitio sagrado donde la búsqueda de paz espiritual se mezcla con la tensión de esta zona controlada por Jordania, pero ocupada por Israel. Sin embargo, los judíos tienen prohibida la entrada para rezar, lo que ha provocado varios enfrentamientos que incrementaron las medidas de seguridad. Aquí, como en el resto del barrio musulmán, se ven esas imágenes que han dado la vuelta al mundo y que muchos de nosotros hemos comentado al menos una vez, y que consisten en miembros de la policía israelí intentando mantener el orden armados con fusiles, cascos antidisturbios, mochilas y cinturones donde creí ver, entre otras armas, granadas. Listos para enfrentarse al estallido de cualquier guerra.
Vimos la mezquita al – Asqsa, cuyo acceso está limitado a los musulmanes. Construida en el siglo VII sobre los restos del templo de Salomón, es la mezquita más grande de la ciudad y el tercer centro religioso más santo para la religión islámica después de la Ka´ba (La Meca) y de la mezquita del Profeta (Medina). En frente del monumento, tres turistas se hacían una foto mientras se agarraban por la cintura hasta que un vigilante de seguridad les llamó la atención; por lo visto estaba prohibido cualquier demostración de afecto en el recinto, aunque no vi cartel alguno que lo indicara.
A continuación fuimos a la Cúpula de la Roca, efectivamente cerrada, pero no así el resto de la explanada, como la pareja de españoles había entendido. Revestida de dorado, es la imagen de todas las postales de Jerusalén, y no es de extrañar dada su belleza. Construida en el siglo VII, recibe su nombre de la roca que hay en el interior y sobre la cual se cree que Mahoma ascendió a los cielos de la mano del ángel Gabriel tras realizar sus plegarias en la mezquita de al – Aqsa. Para los judíos, en cambio, es la piedra del sacrificio de Isaac.
Un grupo de decenas de musulmanes llamó nuestra atención. Estaban en uno de los lados de la Cúpula, vociferando exaltados con algún que otro brazo en alto. Un hombre se dirigía hacia ellos bramando una retahíla de palabras ininteligibles a nuestros oídos. Junto a ellos, una empalizada de omnipresentes policías contenía a los agitadores. Frente a nuestros ojos estaba la causa del cierre de la Cúpula.
La hora pasó y tuvimos que salir del recinto por una calle con varias tiendas (Cotton Merchants Market). La siguiente parada era el lugar más sagrado para los judíos, el Muro de las Lamentaciones o Kotel en hebreo, que significa “Muro Occidental” (The Western Wall). Se trata de los restos de uno de los cuatro muros que rodeaban el monte Moriah, donde la Biblia sitúa el sacrificio de Isaac y los musulmanes, el ascenso de Mahoma a los cielos. Entre los muros se alzaba el Templo de Salomón o Templo de Jerusalén, de ahí que los judíos conozcan la Explanada como “Monte del Templo”; los musulmanes, por su parte, la califican como “El Noble Santuario”.
El Muro consta de 60 metros conservados de los casi 500 metros que abarcaba el paramento occidental del recinto, y se levantó en el siglo I a.C., durante la reconstrucción y ampliación del Segundo Templo (el Primer Templo fue destruido por los babilonios). El Muro es el único vestigio visible tras la destrucción del Segundo Templo por los romanos en el siglo I d.C. Frente al Muro se ve cómo los judíos, separados entre hombres y mujeres por una valla, se lamentan por la desaparición del Templo y la consecuente diáspora del pueblo hebreo.
Entre la Explanada y el Muro, tenía los ánimos harto excitados de ver lugares religiosos de primer nivel en tan pocos metros cuadrados y yuxtapuestos. Por si esto fuera poco, nos quedaba el pilar del cristianismo, el Santo Sepulcro, que fuimos a continuación.
La construcción de la iglesia del Santo Sepulcro se remonta al siglo IV d.C. y está custodiada por seis confesiones cristianas. La llamada Hermandad del Santo Sepulcro (griegos ortodoxos), es la que mayor parte del templo controla. Algunas de estas confesiones se mantienen en eterna disputa por el custodio de parcelas de la iglesia, como es el caso de los egipcios coptos y etíopes, o de los sirios ortodoxos y armenios. Estos desacuerdos (que en ocasiones han llegado a formar auténticas trifulcas) dificultan, entre otras cosas, las labores de restauración que sean necesarias en la iglesia. Para rizar aún más el rizo, cada una de las iglesias decoran a su gusto la zona que controlan, dando al edificio un estilo muy ecléctico. En definitiva, todo ello refleja la complejidad de este lugar y por extensión, de Jerusalén.
El templo alberga el lugar de la Crucifixión, la Piedra donde fue ungido Jesús antes de ser sepultado y su tumba. Nada más acceder nos dirigimos directamente a la Piedra de la Unción, justo en frente de la entrada, atraídos por los fieles arrodillados ante ella. La gente se inclinaba y besaba la Piedra y ungía prendas de vestir. Una mujer sacó de su bolso varios rosarios que pasó por la Piedra y, sorprendentemente (por lo menos para mí), también la cartera, quizás para asegurarse la riqueza de espíritu. Atónita, vi cómo vaciaba su bolso poco a poco para ungir con devoción todo lo que pillaba por su paso. Sin embargo, “el set de maquillaje” lo sacaron tres ortodoxas judías, a juzgar por los pañuelos que cubrían su cabello. De un bolso extrajeron un pequeño bote de aceite para olear la Piedra e impregnar unos discos desmaquillantes de algodón que utilizaron para ungir su piel en pleno éxtasis. Una de ellas sacó un crucifico de madera del tamaño de una palma de la mano, crucifico que puso también sobre la Piedra. Hechas las plegarias, recogieron todo y siguieron la visita.
A la derecha de la entrada hay unas escaleras de piedra que suben hasta el Gólgota o el Calvario, lugar donde Jesús fue crucificado. El espacio se divide en dos capillas, la capilla de la Crucifixión, regentada por los monjes franciscanos, y la capilla del Calvario, administrada por los ortodoxos griegos. En esta última hay un altar donde los fieles se arrodillan para besar la piedra que hay debajo, lugar donde se cree colocaron la cruz.
De nuevo abajo, entramos en la capilla con el aljibe donde presuntamente se encontró la Cruz tres siglos más tarde. Saliendo y unos pasos más adelante, llegamos a la Rotonda, un espacio de planta circular con columnas que sostienen una cúpula bajo la cual se encuentra el Edículo del Santo Sepulcro, cuyo acceso está custodiado por los griegos ortodoxos. Nos colocamos en la fila con la intención de entrar al templete, pero tras un buen rato de espera el vigilante que controlaba la entrada dijo unas palabras en griego, con un tono que no calificaría precisamente de “amable”. Imagino que trataba de reorganizarnos para dar paso a unos monjes franciscanos que comenzaron a cantar frente al Edículo. Así las cosas y habiendo adelantado la increíble distancia de diez centímetros, abandonamos la idea de visitar el Edículo.
Estos son los lugares principales de la iglesia del Santo Sepulcro, a parte del resto de capillas, el katholikon y los subterráneos.
Terminada la visita anduvimos un poco por fuera de la ciudad vieja y dimos con el bar Zollis, donde aprovechamos para tomamos algo. Aquí nos hartamos a comentar nuestro primer día en Jerusalén, los lugares sagrados, el ambiente, la historia… Hasta que llegó la hora de cenar y nos fuimos a buscar un sitio donde saciar el estómago antes de volver a mi nueva casa. Había sido un día excitante.