11 NOVIEMBRE. KUALA LUMPUR – MANILA

Aterricé en Manila desde Kuala Lumpur a las 1 horas aproximadamente. Me conecté al wifi del aeropuerto y pedí un Uber hasta el ZHostel en Makati, recomendado por varias personas en el grupo de Facebook “Españoles en Filipinas”.

Mi nuevo amigo Rodrigo y mi veterana amiga Esther se encontraban volando de vuelta a casa. La despedida con Esther fue muy emotiva. Aunque hemos viajado en varias ocasiones juntas, probablemente Singapur y Malasia ha sido el más intenso de todos nuestros viajes. Las dos coincidimos en haber sido una extraordinaria experiencia. Y es que es la magia de viajar, fortalece o debilita lazos.

(…)

12 NOVIEMBRE. MANILA

3am. Adivinidad qué me acaba de despertar… Empieza por “p**o” y acaba por “gallo”…

14 NOVIEMBRE. CEBU – MALAPASCUA

Estoy en Maya, esperando el ferry a Malapascua tras haber pasado una noche deseando que llegase el amanecer.

En Manila estuve tres días porque necesitaba hacer algunas gestiones, no porque Manila estuviese recomendada entre las “15 ciudades del planeta tierra que no te puedes perder”.

La primera jornada me dediqué a hacer un apasionante sondeo de empresas a las que mandar el curriculum, además de organizar el par de semanas en Filipinas.

Al día siguiente me centré en el centro, Intramuros, donde visité la Catedral, la iglesia de Santiago, el museo del monasterio y el fuerte de Santiago. En este barrio sí que disfruté visitando el museo y ambientando en mi cabeza las rutas comerciales entre el antiguo reino de España y Filipinas y a aquellos personajes que se jugaban la vida (y en la mayoría de los casos, la perdían) por abrir nuevos itinerarios para el comercio. Presencié una boda católica en la iglesia de Santiago con una cantante de fondo cuya fina voz y acento me recordó extrañamente a las bandas sonoras de los dibujos japoneses, algo que daría todas mis inversiones en bolsa (si las tuviese) por ver en una boda española. En la catedral, en cambio, los fieles seguían las letras en tagalo e inglés de las pantallas de plasma colocadas en las columnas de la nave central como apoyo en sus cánticos religiosos. Y tengo la teoría de que dichos monitores eran una clarísima influencia de la pasión que los filipinos sienten por los karaokes.

Catedral de Manila
Interior catedral de Manila

El tercer y último día en Manila fue de esos días prescindibles en la vida de uno. Paseé por los barrios de Chinatown, Ermita y Malate. Chinatown fue too much: mucho calor, mucho tráfico, mucho humano, mucha miseria, mucho hedor. Así descrito es fácil deducir que es evitable, y así es. Recuerdo entrar en un mercado textil por simple curiosidad: un edificio con la fachada destrozada y al borde del derrumbamiento, idóneo como escenario para una película ambientada en la II Guerra Mundial. El interior del bloque era una escena de colores sepia con pasillos sucios y paredes desconchadas, techos caídos, cables sobresaliendo de cualquier parte y manera y lo mejor de todo, pares de ojos mirándome con antipatía; de hecho, fueron los comerciantes los que me intimidaron más que el propio edificio. No salí, huí. Decidí ir al par de barrios restantes andando, alentada por el río dibujado en el mapa. Un paseo por la vereda del río nunca falla, siempre es un plan agradable. Siempre es un plan agradable, menos en Manila. Cuando anduve siguiendo el curso del río la suciedad y dejadez urbana se mezclaba con un olor insoportable a agua estancada, con lo que la estúpida visión romántica de pasear junto a la orilla de un río se esfumó.

Manila, FIlipinas
Río Pasig

Llegué a Ermita y Malate aguantando la respiración. Di alguna vuelta con desgana y, dado que no me entusiasmaron, decidí poner rumbo vuelta al hostal. Quizá son barrios más animados los fines de semana, donde probablemente la noche filipina se viste de un ambiente bizarro a ojos de un extranjero.

Y el ferry a Malapascua sigue sin llegar. Tengo ganas de llegar a la isla y refrescarme en sus aguas. La noche pasada dormí en tres lugares diferentes, aunque más que dormir lo que hice fue tumbarme y cerrar los ojos.

Cuando llegué a Maya el autobús me dejó en DYN Lodge, un alojamiento al lado de la explanada donde van a morir todos los autobuses que hacen el trayecto desde Cebu City. En DYN Lodge me pedían 800PHP por una habitación doble rodeada y sin posibilidad de escapatoria por decenas de gallos. Intenté hacer ver al dueño que viajaba sola, que en la mochila no llevaba a nadie más, pero se obcecó en ofrecerme una habitación para dos (al doble de precio). Me fui a la explanada de tierra donde el resto de autobuses descansaban y pregunté al resto de los conductores si los transportes permanecían allí toda la noche. Alertados por mi indirecta, me ofrecieron dormir en uno de ellos y acepté: era dormir con gallos y perros por 800PHP o dormir con gallos y perros sin coste alguno. Elegí la segunda opción.

Me metí en el autobús a las 20 horas y a las 2 horas un chaval me despertó porque necesitaban hacer el trayecto de vuelta. A partir de esa hora los recuerdos son confusos. Mi alma se encaminó hacia una especie de parada de autobús a la entrada de la explanada, se tumbó e intentó conciliar el sueño, pero los ladridos y cacareos me lo impedían. Alguien me ofreció dormir en uno de los catres que había en una chabola junto con el resto de conductores. También lo intenté, pero dos tipos decidieron conversar a pleno pulmón a las 4 horas en los baños de al lado mientras uno de ellos se duchaba echándose el agua de un cubo. En ese momento me encontré entre la disyuntiva de voces humanas con agua cayendo de fondo o ladridos y cacareos. Preferí los animales, me levanté y fui a mi antiguo rinconcito en la parada de autobús. Mientras mi alma vagaba de un sitio a otro fueron pasando las horas y fue salir los primeros rayos de sol que decidí dirigirme al muelle a esperar al ferry. De haberme alojado en una habitación para dos siendo uno solo y también rodeada de gallos y perros habría pasado la noche en el mismo cuarto sin distracción alguna; sin embargo, habiéndome quedado en la explanada me entretuve saltando de un sitio a otro hasta que el amanecer me recibió con un nuevo día.

16 NOVIEMBRE. MALAPASCUA

Estoy en “Malapata”, francamente deprimida.

Estoy alojada en Villa Sandra. El día anterior me fui a la playa del norte a disfrutar de un baño y un buen libro (Siddartha, totalmente recomendable). Un guía de la casa de huéspedes pasó por la costa con otros viajeros tras haber hecho snorkel por la isla y me ofreció unirme al grupo para ver el atardecer.

Cuando llegamos al sitio, el guía nos animó a saltar al agua desde unas rocas. 15 metros. Anteriormente había hecho descenso de cañones en España y siempre he disfrutado muchísimo. Recuerdo el primero que hice en la sierra de Guara (Huesca). Tendría unos 16 ó 17 años. Viajé con mi padre hasta aquí y acampé con un grupo de belgas que celebraban un viaje de universidad. Fueron tres días recorriendo maravillosos parajes. No se me olvida las cantidades que comía durante la cena, una barbaridad después del tute diario de agua y saltos varios. Tanto me gustó que en los últimos años he repetido en varias ocasiones.

El salto de mayor altitud que había realizado fue de 12 metros, una presa en la sierra de Guara. Eran sólo 3 metros más, así que lo vi fácil. Escuché las recomendaciones del guía, me agarré el pelo en una coleta y me tiré. Cuando emergí me faltaba el aire, no podía respirar bien y comencé a hacer unos ruidos desagradables mientras intentaba aspirar el aire por la boca. Un bote se acercó para ayudarme a llegar hasta la orilla. Tuvieron que subirme a bordo porque era incapaz de hacer esfuerzo alguno. La estampa seguro que era lamentable, agarrándome como si de una boya se tratara. Cuando llegamos a la costa, soltaron la boya en tierra, la cual consiguió sostenerse en pie rabiando del dolor. El guía intentó evacuar a la boya en otro barco, pero no lo consiguió, así que la única opción para la boya era… una moto. Una alternativa fiable e indolora para efectuar en una isla con caminos de tierra, baches, subidas, bajadas y tráfico. Cuando pensé en lo que me esperaba creo que el dolor incrementó. El guía me ayudó a subir a una moto y sentarme entre él y el conductor, haciendo sandwich y yendo despacio para minimizar los dolores producidos por los caminos de tierra, baches, subidas, bajadas y tráfico. En un momento dado giré la cabeza y contemplé atontada por el dolor el atardecer de colores purpúreos. Lo vi borroso, así que después de descartar haberse quedado agua de mar estancada en los ojos caí en la cuenta de que había perdido ambas lentillas en el salto del ángel. Tiempo después vería que incluso el reloj digital había pasado a ser un adorno a raíz del impacto. Mi Casio, ese Casio que compré en Ecuador y una amiga tuneó poniéndole una correa hecha con hilos. Un reloj casi invencible que claro, no aguantó un salto de 15 metros.

Malapascua, Filipinas
Malapascua

20 NOVIEMBRE. MALAPASCUA

Las próximas 24 horas a “la caída al vacío” estuve en cama. Cuando el primer antiinflamatorio perdió el efecto, decidí no volver a tomar alguno para evitar encubrir el dolor y evaluar su progresión. Los siguientes días llevé una vida de jubilada octogenaria, combinando cama con paseos por la isla. En una de mis excursiones fui a parar en el mercado y, atraída por la algarabía de decenas de locales, decidí acercarme. La escena estaba abarrotada de hombres de espaldas y en círculo mirando todos hacia abajo exaltados: estaban en plena pelea de gallos. A lo largo de este relato he dejado patente mi creciente resentimiento hacia los cacareos en horarios impertinentes, pero no hasta el punto de desear a los gallos una muerte cruenta.

Las peleas de gallos son combates que tienen su origen en la cultura asiática y fueron llevados a América por los colonizadores españoles, siempre tan predispuestos a extender la modernidad y el desarrollo. Cuando observé que los gallos de “Malapata” caían en menos de tres minutos caí en la cuenta de que se debía a las navajas puestas en sus patas (acabo de percatarme lo recurrente que es el nuevo topónimo “Malapata”), cuya largura debía ser considerable dado que podía verlas a la perfección desde varios metros de distancia. Cada gallo muerto era desplumado hábilmente por jóvenes locales que los dejaban con la piel al aire para dárselos al dueño del gallo vencedor. Las apuestas en Malapata alcanzan los miles de pesos por persona, mucho dinero para unos habitantes con sueldos miserables; y un gallo de pelea también es un lujo de obtener.

Entre las peculiaridades de esta islita, además de las peleas de gallos y los saltos a gran altura, está el gusto por la música a todo volumen en su versión rave y karaoke. Las raves o fiestas de música techno ilegales estaban al cruzar cualquier palmera, pero aquella que me conmocionó fue la que encontré una mañana arrastrando mi cuerpo hacia la playa en uno de mis paseos matutinos a las nueve y media: una familia preparaba el desayuno en el jardín de su casita con el techno atravesando potentemente los altavoces y mis tímpanos. Grabé un vídeo para el recuerdo y he de confesar honestamente que algunos que escuché eran auténticos temazos escuchados durante mi primera juventud. En otra ocasión, paseando por uno de los caminos serpenteantes de tierra propios de “Mapalata”, oí un tono de voz desafinado que en un principio me costó identificar, hasta que conseguí percatarme de que se trataba de una mujer cantando con micrófono frente a un televisor. La pasión por el karaoke entre los filipinos es tal, que puedes practicar solo, y poco o nada importa lo mal que cantes, el caso es divertirse.

Al sexto día de mi confinamiento en la isla me dirigí a un centro de buceo para hacer snorkel, no quería irme de “Malapata” sin por lo menos haber visto algo de su vida marina. En realidad, la intención de viajar al culo del mundo no era ver peces payaso y estrellas de mar, pero dadas las circunstancias, tenía que contentarme y dejar para otro viaje el buceo con tiburones zorro. Sin embargo, en el centro de buceo me propusieron probar a hacer snorkel y, si me veía con fuerzas, podría hacer la inmersión al día siguiente poniéndome el equipo en el agua para evitar cargar peso.

21 NOVIEMBRE. MALAPASCUA – BOHOL

Y así hice. Aunque el dolor persistía, mi espalda aguantó el trayecto en barca e hice snorkel. Vi pececillos, una culebra marina y un pecio japonés. Terminado el periplo por las aguas de “Malapata”, fui al centro de buceo para hacer la reserva de la inmersión con el tiburón zorro. Estaba contentísima.

El tiburón zorro vive a unas profundidades de entre 300 y 500 metros. Su tamaño oscila entre los 3 y 5 metros de longitud, tiene una mandíbula pequeña de dientes afilados y curvos y unos grandes ojos negros adaptados a la falta de luz. En “Malapata”, sube a unos 30 metros de profundidad para desparasitarse, momento en el que el salón de belleza se llena de buceadores ansiosos por no perderse el espectáculo. Cuando amanece, el tiburón ya puesto a punto se retira a las profundidades marinas para evitar la luz solar.

Llegué al centro de buceo a las 3.50am. Eran las fiestas de uno de los barrios, así que de camino paré en la disco party que los locales habían preparado con música ochentera a toda pastilla. Hay que reconocer que el dj pinchaba bastante mejor que en muchas fiestas de pueblo de España y en cualquiera de las bodas. A punto estuve de quedarme cuando sonó el mítico Like a virgin de Madonna y bailar con los paisanos, pero tampoco era cuestión de forzar la espalda, tenía que reservar fuerzas para la inmersión. Además, todavía me sentía como una retirada octogenaria y temía dislocarme la cadera.

La inmersión fue una experiencia única y me siento afortunada de haberla podido vivir, sobre todo porque la idea de volver a “Malapata” sita en el culo del mundo no se me hacía nada atractiva. Vi cuatro o cinco, los dos primeros casi sin gente y con bastante nitidez. Son preciosos y elegantes, moviendo lentamente esa cola alargada que puede llegar a alcanzar el tamaño del 50% de su cuerpo. Con esa estilizada extremidad golpean cual látigo a los peces pequeños para comérselos, tales como sardinas o arenques.

En el mismo barco iba un asturiano que, una vez terminada la inmersión, quiso marcharse lo antes posible porque su novia le estaba esperando para viajar a Bohol. Me pareció buena gente, pero de carácter muy nervioso. Sea como fuere, el asturiano era mi oportunidad por escapar del cautiverio. Le asalté lo más civilizadamente que pude e imploré si no le importaba que me uniera a ellos en el viaje hasta Bohol. Con suerte, no puso objeción alguna. Y así fue como conocí a Mari y Diego, dos grandes personas. Me ayudaron con las mochilas e hicimos todo el trayecto juntos: bangka, van y ferry. Chorromil horas. El viaje en van desde Maya a Cebú city se hizo pesado y doloroso, aunque posteriormente la tarde mejoró.

Comprados los billetes a Bohol (Mari y Diego en “turista”, yo en “económica”), decidimos esperar a que saliera el ferry en un local con cerveza pseudofría, Red Horse. Hacía calor, fuera y dentro del local, así que cayeron varias cervezas fácil y rápido. Llegamos al ferry por los pelos con un mareo agradable o para ser más sincera, “con el puntillo”. Desconozco cómo era la “clase económica” del ferry porque desde el primer momento me senté con la pareja de asturianos y nadie me pidió explicaciones (o simplemente el billete). Nos acercamos a la barra y preguntamos por la oferta culinaria para acabar comprando tres cervezas y una bolsa de patatas, por aquello de disimular. Mi yo más sobrio siente actualmente muchísimo haber amargado el viaje al resto de pasajeros, pues es vox populi el insoportable tono de vox español y peor aún es este con unas cervecitas de más.ç

23 NOVIEMBRE. BOHOL

Estoy alojada en el hostal Moon Fools, de excelente relación calidad -precio y con un personal entrañable con la sonrisa cosida a la cara. Uno del grupete de recepción siempre me recibe cantando a Whitney Houston con sentimiento, no me extrañaría que cualquier día le viese triunfando en cualquier programa de cazatalentos.

Mi habitación es un dormitorio para chicas con seis espaciosos nichos. Nunca antes había dormido en esta modalidad de cama, pero me gusta porque es suficientemente espacioso y te proporciona más intimidad, algo muy preciado que se extraña cuando viajas de mochilero.

Este par de días los he pasado en compañía de Mari y Diego. El primer día visitamos los imprescindibles iglesia de Bataclan, tarseros del santuario, Chocolate hills, Man Made Forest y el monumento Blood Compact.

Bohol, Filipinas
Tarsero
Bohol, Filipinas
Puente de bambú

La iglesia estaba cerrada por labores de restauración, aunque por lo poco que vi se trataba más de una reconstrucción (defecto profesional). Los tarseros, el primate más pequeño del mundo, son realmente enanísimos y muy curiosos. En peligro de extinción, son muy sensibles al ruido, pudiendo llegar a suicidarse golpeándose la cabeza. Por eso la visita hay que hacerla en un silencio que recuerda al de una bliblioteca abarrotada de estudiantes en exámenes finales y donde, si te pasas con el tono, recibes miradas aniquiladoras. Las colinas de chocolate estaban más verdes que una huerta de lechugas porque estábamos en época de lluvias, de ser secas, lucirían un color marrón apetitoso. Es mejor ir a la hora de comer para evitar un ejército de turistas capaces de asesinar a alguien con la intención de hacerse un huequito fotogénico excelente para un selfie. Nuestra última parada fue el monumento Blood Compact, que alude al primer pacto de sangre entre españoles y nativos para sellar su amistad. Lo más destacable del monumento Blood Compact fue una pareja de filipinos en edad madura haciéndose fotos en cada ángulo de las estatuas. Quizá no haya explicación alguna a este extraño comportamiento más allá de la singularidad de la especie humana.

Al día siguiente Diego buceó y Mari y yo fuimos con él en el barco para hacer snorkel. No estuvo mal, aunque hubiese preferido poder bucear…

26 NOVIEMBRE. SIQUIJOR – APO ISLAND

Una vez me separé de Diego y Mari tuve que buscar a otras víctimas que pudieran cargar con el peso de la mochila: Antonio y Gema. Madrileños, corpulentos y apasionados por la montaña, fueron mi objetivo nada más verles en el ferry de Bohol a Siquijor. No sólo me ayudaron en esta isla, viajamos juntos también a Apo Island con otra pareja de españoles que conocimos en Siquijor, Alejandra y Sergio. Como podrá haberse observado, en Filipinas había más españoles que en nuestro país natal, hasta el punto de que televisión española se está planteando emitir un nuevo programa: “Españoles en España”.

El primer día en la isla vi el atardecer en Palton Beach por recomendación de un viajero que me describió la escena como un auténtico placer para sus sentidos; los míos en cambio debían estar más atrofiados porque no me emocionó mucho. Al día siguiente alquilé una moto con Babe, incluido en el precio como chófer. Creo que viajar con chófer y porteadores de mochila es un lujo que solo las princesas y yo nos permitimos, y he de confesar que a partir de ahora la lesión en la espalda se convertirá en la baza para entrar en el libro Guinness de los records 2018 como “la primera viajera en dar la vuelta al mundo con porteadores y chófer”, porque le estoy cogiendo el gustillo.

Siquijor, Filipinas
Palton Beach

Antes de continuar me gustaría felicitar a mi chófer Babe por su suma paciencia con mis caprichos; quizás ahora viajar con chófer y porteadores se me esté subiendo a la cabeza ya que al itinerario clásico de la isla quise añadir Secret Beach y Cangbangag Waterfalls, éstas últimas también un secret para Babe porque ni lo uno, ni lo otro, tenía idea de dónde estaban.

Prosiguiendo con la narración, la primera parada fue en el árbol centenario para meter los pies en un estanque con peces comedores de piel muerta. Algunos tenían tal tamaño que temí que mis pies fuesen a ser devorados con piel muerta incluida, aunque por suerte sigo disfrutando de ambas extremidades. Al continuación llegamos a la iglesia de San Isidro Labrador, una pequeña joya neoclásica del patrimonio católico filipino. El convento, de la misma época, estaba cerrado. A continuación buscamos la localización de Secret Beach y, tras varias vueltas, dimos con las coordenadas. Bajamos unas cuantas escaleras y llegamos a una cala con originales formaciones rocosas y cientos de conchas y caracolas en la costa. Como única compañía teníamos a una joven princesa con su chófer, un lujo. Un lujo si sobre todo se compara con el siguiente punto, Sangabolong Beach, una playa acondicionada para los turistas y locales con chiringuitos, una rotonda con cartel de bienvenida de gusto dudoso y “cientos” de personas en sustitución a los cientos de conchas y caracolas de Secret Beach. Para mayor turbación, lo peor de todo no era la violación de la belleza lugareña para uso y disfrute de humanos, si un par de trampolines a varios metros de altura (a varios muchos metros de altura). El recuerdo del salto me hizo estremecer, así que decidí que ya había visto suficiente de Sangabolong Beach.

Siquijor, Filipinas
Peces comedores de carne muerta

Cangbangag Waterfalls se convirtió en un reto para Babe y yo dado que nadie conocía dónde se hallaban. Cuando llegamos a Larena unos chavales nos ofrecieron guiarnos a pie porque el acceso con moto era imposible, pero el precio que pedían era el mismo que por el alquiler de la moto con Babe incluido. Quizá una auténtica princesa lo habría aceptado, pero yo no. Los chicos le explicaron a Babe cómo llegar o básicamente le recomendaron “sigue el ruido del agua” y Babe, ahora chófer y guía, es lo que hizo. Tras una media hora bajando por un camino de piedras, atravesar unos cultivos y volver a bajar, nos topamos con el salto de agua. El paraje era magnífico, un lugar rodeado de naturaleza tropical y solitario. A Babe también le gustó, aunque no tanto la travesía de casi una hora de ida y vuelta a Cangbangag con la fresca, y sin acostumbrar a andar más allá de lo justo y necesario.

Todavía faltaba un último secret, aunque éste era un secret a voces porque lo encontramos con poco esfuerzo: un masaje hilot con la sanadora Inday de san Antonio. Hilot procede de la palabra en tagalo que significa “masaje”, “roce” o “contacto con caricia” y es una antigua técnica de sanación indígena filipina. Cuando llegué a la casa de Inday lo primero que me indicó fue sentarme en una silla. Me tomó el pulso y cerró los ojos, para acto seguido tocarme la lumbar y vocalizar en inglés “this is bad”. Bueno, también Babe le había explicado minutos antes el salto a gran escala que había hecho, así que enlazar salto con lumbar tampoco me pareció sorprendente. A continuación me tumbé en una cama mientras Inday masajeaba la musculatura de mi espalda cuidadosamente, realizando al mismo tiempo movimientos con los brazos mientras pronunciaba por lo bajo unas palabras. En lo que a mí respecta, podría haber encendido incienso, regarme con pétalos de rosas, rezar cuatro Ave Marías o inundarme de aceite aromático, lo único que me preocupaba es que mi espalda no sufriera más. A lo largo de la sesión afirmó en varias ocasiones “this is bad” mientras tocaba algún punto, así que terminé el tratamiento con la musculatura más relajada, aunque con el ánimo algo bad. De vuelta en el alojamiento, acordé con los españoles marcharnos el siguiente día temprano con destino Apo Island.

Siquijor, Filiipinas
Masaje hilot en san Antonio

El trayecto hasta Apo Island nos lo tomamos con calma; sin tener claro cómo llegar y, ni mucho menos, dónde alojarnos, fue todo sencillo y sin contratiempo alguno. Por eso dedujimos que a parte de los cinco sentidos, los cinco continentes, los cinco elementos o “Los cinco fantásticos” estábamos nosotros, “Los cinco huevones”, por organizar todo en el último minuto. No sólo llegamos a Apo Island después de coger un ferry, un autobús y una bangka sin tener que esperar en las conexiones entre transportes, si no que nos alojamos en unas habitaciones amplias por un precio bastante razonable. Lástima que cuando nos arrojamos al mar para ver tortugas no viésemos más que un par de ellas una, y otra vez. Procurando que la esperanza no decayese, al día siguiente estábamos haciendo snorkel desde las seis y media de la mañana. Seguíamos viendo dos tortugas, una grande y otra pequeña, por deducción las mismas que la tarde anterior. Cuando pensamos que Apo Island y sus tortugas se reducían a una pareja vista una, y otra vez (de ahí que hubiesen comentarios de internautas jactándose de nadar entre tortugas), la gran tortuga nadó alta mar y volvió acompañada de otras tantas compañeras. Fue todo un detalle por su parte y, gracias a la capacidad de convocatoria de esa tortuga, vimos unas siete en total, pudiendo afirmar que efectivamente, nadamos entre tortugas. Eso sí, es conveniente hacerlo antes de las 9 horas, momento en el que empiezan a venir barcos con más turistas y se hace impracticable la experiencia, además de que te prohíben meterte en este lado de la costa sin un guía (pagándole, claro). Como colofón final, una vueltecita por el genuino pueblo de Apo Island nos dejó con un sabor de boca de este destino muy agradable.

Apo Island, Filipinas
Foto de Sergio y Alejandra

29 NOVIEMBRE. MOALBOAL

Oh lá lá! Qué experiencia nadar entre sardinas en Moalboal, todo un espectáculo. Lo decidí en el último momento, como miembro de “Los cinco huevones” que me enorgullezco de ser, y sugerido por Alejandra y Sergio. Tras un infinito trayecto de Dumaguete a Moalboal que me hizo sentir como un canguro saltando de transporte en transporte y de una isla a otra, llegué a la costa de este pueblo con restaurantes de precios abusivos y con el único atractivo de nadar entre sardinas.

Dejé las cosas en la habitación y me encaminé directa al agua. Justo en frente del restaurante de Marina Lodge había un acceso al agua, me puse mis gafas de natación y fui hacia donde la gente tenía las cabezas metidas en el agua como avestruces. Qué maravilla, miles de peces nadando en bloque, en el mismo sentido y con los rayos del sol reflejados en las escamas plateadas haciendo con ello un bellísimo efecto de luz. Cada movimiento brusco de agua que mi cuerpo hacía al nadar provocaba un cisma en el bloque de las sardinas, abriéndose y dejando un vacío entre ellas sin parar nunca de nadar. Definitivamente, esa noche me fui a la cama con la convicción de haber tenido la suerte de contemplar un extraordinario baile acuático.

30 NOVIEMBRE. MANILA -KUALA-MEDAN

Termino el viaje de Filipinas haciendo noche en el aeropuerto de Manila aunque, a juzgar por el número de gente pernoctando, esto parece más un hospicio que una terminal. Y para colmo, con wifi gratis. Me dejo mucho por visitar y una cierta sensación amarga a raíz del accidente, aunque me llevo en la mochila a esas personas que de manera totalmente desinteresada me han ayudado con el peso del equipaje durante mi trayecto. Thanks, Philippines!

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