Viví en Australia en 2017 engatusada por las agencias que te venden estudiar inglés en un paraíso donde puedes amasar una gran fortuna y fundírtela en ocio y viajes. En cierta manera, tienen razón, pero como siempre el marketing te informa parcialmente sobre la realidad de lo que vende: una visa de estudiante en Australia implica coleccionar trabajos precarios para ganar mucho dinero (mucho, repito); ahora bien, te lo fundes en techo, comida y en unos cursos cuya relación calidad – precio es vergonzosa. Si consigues ahorrar solo necesitas encontrar el tiempo para poder hacer una escapada, algo difícil teniendo en cuenta que los trabajos estrella con visado de estudiante son hostelería, dependiente de tienda, nanny, bartender, cleaner o similar, que no se caracterizan precisamente por dejarte unos días de vacaciones y, ni mucho menos, hacer planes un fin de semana. Con otro visado y/u otra situación económica más holgada, la experiencia cambia: trabajas poco o nada mientras estudias y tienes tiempo libre para invertir la pasta en lo que la agencia te vende.

Tras un año de estancia en tierras de Oz y con los objetivos cumplidos en materia de inglés, reflexioné sobre mi situación: «¿Para qué quieres seguir unos estudios de baja calidad en un país que solo estás conociendo a través de unas pocas escapadas por el estado de Victoria?». Mi sueño australiano había despertado y con él la incertidumbre: «¿Y ahora qué, qué c*** hago ahora?». Estaba perdida. Eso y una serie de problemas varios hizo que empezara a sentirme asfixiada y deprimida, así que forjé un plan; o más bien una idea vaga, porque plan no tenía ninguno: decidí invertir el dinero que había ahorrado para renovar el visado y seguir estudiando en viajar sin rumbo fijo, despejar la mente, levantar el ánimo y buscar trabajo como guía de viajes. En definitiva, poner un poco de orden en mi vida.

 

Australia: En tierras de Oz

 

Un año después puedo decir que la decisión fue un acierto, o por lo menos me alegro de haberla tomado. Viajé por la costa este australiana, salté a Singapur con un amigo para encontrarme con otra amiga de toda la vida que viajaba desde España y de ahí, a Malasia, desde donde volé ya sola a Filipinas y continué mi periplo posteriormente a Indonesia para finalizar en Tailandia. Un accidente que arrastré desde Malapascua hasta Bangkok catalizó mi vuelta tras un diagnóstico en firme, pero mi mente se había apaciguado y estaba más preparada para volver a mi país y seguir buscando trabajo como guía de viajes. Llegué a Madrid lesionada, pero sintiendo que había cerrado una etapa para abrir otra apasionante: el sueño de trabajar como guía de viajes en África.